Cuando
una vez Postl le comentó que deseaba mejorar el mundo, Wittgenstein le replicó:
«Pues mejórese a usted mismo; eso es lo único que puede
hacer para mejorar el mundo».
Ray Monk, Ludwig Wittgenstein
La amistad entre Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein comenzó en
1912, con la llegada de este a Cambridge, y se enfrió notablemente en 1921,
después de un reencuentro pactado, de una sola noche, en un hotel de Innsbruck.
Sobrevivió su amistad a la demasiado sincera introducción al Tractatus de Russell, pero no pudo sobrevivir
a sus profundas discrepancias éticas. Sí, dos pensadores que suponían que de la
ética convenía no hablar, se distanciaron por hablar de ella[1].
Y es que Wittgenstein fue siempre, toda su vida, un individualista de la ética,
mientras que Russell fue un activista. Russell intentaba mejorar el mundo,
Wittgenstein intentaba mejorarse a sí mismo[2],
y entre dos pensadores que se interesan por la ética (no me queda claro si este
era o no el caso), no puede haber dos posiciones más antagónicas[3].
No era solo que Wittgenstein se hubiera
vuelto más introspectivo e individualista, sino que Russell lo era mucho menos.
La guerra le había convertido en socialista, y le había convencido de la
urgente necesidad de cambiar la manera de gobernar el mundo; subordinaba las
cuestiones de moralidad personal a la preocupación primordial de hacer del
mundo un lugar más seguro (RM, p. 205).
Una anécdota, relatada
por Engelmann y citada por Ray Monk, pinta perfectamente esta inconciliable
discrepancia:
Cuando en los años veinte Russell quiso
fundar o unirse a una Organización Mundial para la Paz y la Libertad o algo
similar, Wittgenstein le censuró tan severamente que Russell le dijo: «Bueno,
supongo que tú preferirías fundar una Asociación Mundial para la Guerra
y la Esclavitud», a lo cual Wittgenstein asintió apasionadamente: «¡Sí, eso es
lo que preferiría!» (RM, p. 205).
Lo que Wittgenstein quería dar a entender con ese sarcasmo
era que lo que importa en la ética no es lo exterior sino lo interno, y que mal
podría el mundo evitar las guerras y la esclavitud mediante organizaciones
mundiales y tratados de paz si no se les inculcaba previamente a los hombres,
en sus propios corazones, las virtudes del pacifismo y la tolerancia. Esto era
lo que pensaba Wittgenstein sobre la ética, y lo pensaba muy acertadamente me
parece a mí, si lo comparo con lo que pensaba Russell. Si después estos
pensamientos o estos sentimientos éticos los ponía Wittgenstein por escrito o
los hablaba mano a mano en sus clases o con sus amigos, es cosa incompatible
con el nudo central de su propuesta filosófica, pero lo que a mí me interesa en
este momento es destacar su defensa del espiritualismo contra el avance del
ideologismo ético, o de la ética tomada en un sentido político. Wittgenstein,
en este asunto, demostró mucha mayor sagacidad que su amigo.
[1] En realidad, se distanciaron, más que por sus discrepancias éticas, por
sus discrepancias religiosas. En 1914, influenciado por Wittgenstein, Russell
había escrito: “La Metafísica [...] se ha desarrollado desde el principio
gracias a la unión y el conflicto entre dos impulsos humanos muy diferentes;
uno que llevaba a los hombres hacia el misticismo, otro que los llevaba hacia
la ciencia. Algunos hombres alcanzaron la grandeza mediante uno solo de estos
impulsos; otros, mediante el otro nada más [...]. Pero los hombres más
eminentes que han sido filósofos han sentido la necesidad tanto de la ciencia
como del misticismo: el intento de armonizar los dos fue lo que constituyó y
siempre deberá constituir su vida” (Misticismo
y lógica, p. 25). Con el correr de los años, esta simpatía por el
misticismo y por el sentimiento religioso fue desapareciendo del pensamiento de
Russell hasta casi extinguirse, y eso era lo que Wittgenstein no le perdonaba.
[2] “Solo renunciando a influir sobre
los acontecimientos del mundo, podré independizarme de él —y, en cierto
sentido, dominarlo—“ (Diario filosófico:
1914-1916, entrada del 11/6/1916).
[3] Estas mismas diferencias de enfoque tenía yo con mi querido profesor
Ricardo Maliandi, aunque nosotros nos guardábamos muy bien de disgustarnos
personalmente por esta cuestión.
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