No
es que la razón y la ética se repugnen o sean contradictorias mutuamente, que
la razón sea necesariamente inmoral o la ética irracional: es que no pueden
buscarse los fundamentos de esta en aquella, o de una en otra en general,
mientras por «fundamento» se entienda siempre nada más que razón o motivo
racional dentro de una construcción teórica. La razón es lógica, la ética es
mística. La una es lenguaje; la otra, silencio.
Isidoro Reguera, El feliz absurdo de la ética
Dado
que Wittgenstein se negaba a utilizar la razón y la experiencia para estudiar
el comportamiento humano y decidir si tal acción era buena o despreciable,
muchos lo tildan de irracional, o si esta palabra suena hiriente, de
irracionalista. Isidoro Reguera se enfurece ante un análisis como ese:
Tratar
a Wittgenstein de irracionalista es mera simplicidad o ignorancia que merece
otro comentario, porque confundir «lo místico» con «lo irracional», sin más, en
él sobre todo, no se puede atribuir sino a esas peculiaridades del ánimo, ni
tiene «gracia» alguna (El feliz absurdo
de la ética, p. 35).
Yo no trataré de irracionalista a
Wittgenstein, pero diré que su filosofía les abrió de par en par las puertas
del mundo a los irracionales de la ética. El 27/4/19 lo cité afirmando que los
juicios éticos (habla de juicios religiosos, pero para el caso es lo mismo) no
pueden apoyarse seriamente en razones, porque fácilmente se encuentran también
razones que se les opongan. “Todas
las proposiciones tienen igual valor”, dice en el § 6.4 del Tractatus. Es como decir que no estoy seguro de si lo que hizo
Hitler con los judíos es inético, porque rebuscando un poco podría encontrar
razones para aprobar su conducta. Wittgenstein me diría que él (en teoría) no
desaprobaba ni aprobaba el comportamiento de Hitler, simplemente no lo
analizaba lógicamente. Pues esto, que me parece muy difícil de creer, sobre
todo en un judío cuyas hermanas vivían en Viena y que estuvieron a punto de ser
enviadas a un campo de concentración (las salvó su dinero), esto es todo lo que
necesitaba Hitler para persuadirse de que lo que hacía era correcto. Ya lo dijo Edmund Burke: “Para que triunfe el mal, solo es
necesario que los buenos no hagan nada”.
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