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lunes, 29 de julio de 2019

Wittgenstein, al borde de lo irracional


No es que la razón y la ética se repugnen o sean contradictorias mutuamente, que la razón sea necesariamente inmoral o la ética irracional: es que no pueden buscarse los fundamentos de esta en aquella, o de una en otra en general, mientras por «fundamento» se entienda siempre nada más que razón o motivo racional dentro de una construcción teórica. La razón es lógica, la ética es mística. La una es lenguaje; la otra, silencio.
Isidoro Reguera, El feliz absurdo de la ética

Dado que Wittgenstein se negaba a utilizar la razón y la experiencia para estudiar el comportamiento humano y decidir si tal acción era buena o despreciable, muchos lo tildan de irracional, o si esta palabra suena hiriente, de irracionalista. Isidoro Reguera se enfurece ante un análisis como ese:

Tratar a Wittgenstein de irracionalista es mera simplicidad o ignorancia que merece otro comentario, porque confundir «lo místico» con «lo irracional», sin más, en él sobre todo, no se puede atribuir sino a esas peculiaridades del ánimo, ni tiene «gracia» alguna (El feliz absurdo de la ética, p. 35).

Yo no trataré de irracionalista a Wittgenstein, pero diré que su filosofía les abrió de par en par las puertas del mundo a los irracionales de la ética. El 27/4/19 lo cité afirmando que los juicios éticos (habla de juicios religiosos, pero para el caso es lo mismo) no pueden apoyarse seriamente en razones, porque fácilmente se encuentran también razones que se les opongan. “Todas las proposiciones tienen igual valor”, dice en el § 6.4 del Tractatus. Es como decir que no estoy seguro de si lo que hizo Hitler con los judíos es inético, porque rebuscando un poco podría encontrar razones para aprobar su conducta. Wittgenstein me diría que él (en teoría) no desaprobaba ni aprobaba el comportamiento de Hitler, simplemente no lo analizaba lógicamente. Pues esto, que me parece muy difícil de creer, sobre todo en un judío cuyas hermanas vivían en Viena y que estuvieron a punto de ser enviadas a un campo de concentración (las salvó su dinero), esto es todo lo que necesitaba Hitler para persuadirse de que lo que hacía era correcto. Ya lo dijo Edmund Burke: “Para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada”.

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