Medio
siglo antes de que Wittgenstein naciera, un médico y antropólogo francés
plasmaba por escrito estos pensamientos:
Observando los antiguos filósofos en
cuánto grado la evacuación excesiva del esperma debilitaba el órgano cerebral,
lo llamaban stilla cerebri, flujo del
cerebro. [...] Parece que la misma inteligencia que organiza y vivifica el
embrión por el esperma puede, conservándose, acumularse en nuestro propio
sistema de sensibilidad y dotar al cerebro del más alto grado de tensión.
Absteniéndonos de la generación corporal, nos hacemos más capaces de la
generación intelectual, tenemos más genio interior (ingenium) y por la misma razón los hombres de genio son menos
capaces de engendrar físicamente [...]. Newton murió virgen, lo mismo que W.
Pitt, según se afirma. Kant aborrecía a las mujeres; y algunos grandes hombres
de la antigüedad, como observa Bacon, fueron muy poco dados a las
voluptuosidades. [...] Si es verdad que las pasiones fuertes, exaltando la
imaginación, dan alas al pensamiento y transportan el alma a esas sublimes
regiones desde donde contempla el universo en éxtasis y se lanza a la
inmortalidad, el único medio de obtener este potente impulso estriba en no
saciar las voluptuosidades, en tender más y más los resortes de la continencia
o de la resistencia (Julien-Joseph Virey, La mujer bajo los puntos de vista
fisiológico, moral y literario, pp. 244 a 248).
No fue Virey el primer intelectual en afirmar cosas como
estas, pero luego de él, el rumor, o la información científica, o lo que sea
que fueren estos comentarios, se expandió por toda Europa, y se hizo moneda
corriente suponer que si uno se abstenía de tener relaciones sexuales o de
eyacular, el cerebro se fortalecía. A comienzos del siglo XX, Otto Weininger
tomó la posta de estas ideas, y a través de él llegaron hasta Wittgenstein.
Así, el pensador vienés se lamentaba por duplicado cada vez que una efusión
seminal egresaba de su anatomía: era un pecado contra Dios y a la vez disminuía
su inteligencia y su espiritualidad. El problema es que este dogma, el de la
transmutación del semen acumulado en espiritualidad e inteligencia,
probablemente sea falso.
Wittgenstein tuvo altibajos en cuanto a sus períodos
de creatividad intelectual. Uno de sus picos ocurrió en plena guerra, en setiembre
de 1914, a bordo de un barco en donde su función era manejar el reflector por
la noche. En esas semanas, ayudado por el silencio nocturno, concibió
Wittgenstein las primeras líneas del Tractatus.
Su mente se adentraba en los laberintos de la lógica y de la matemática con
pasmosa facilidad. Y sin embargo, para su sorpresa,
coincidiendo con su renovada capacidad
para trabajar en lógica, sintió una revitalización de su sensualidad [...]: «Me
siento más sensual que antes. Hoy me he vuelto a masturbar.» Dos días antes
anotó que se había masturbado por primera vez en tres semanas, no habiendo
sentido hasta entonces deseo sexual alguno. Las ocasiones en que se masturbó —aunque
claramente no son objeto de orgullo— no están consignadas con ninguna
amonestación hacia sí mismo; están simplemente anotadas, de una manera muy
fría, al igual que uno podría hablar de su estado de salud. Lo que parece
deducirse de su diario es que su deseo de masturbarse y su capacidad para trabajar
eran signos complementarios de que, en un sentido absoluto, estaba vivo.
Casi podría decirse que para él la sensualidad y el pensamiento filosófico iban
inextricablemente unidos: eran la manifestación física y mental de un estímulo
apasionado (RM,
p. 122).
“Para él —dice Monk— la sensualidad y el pensamiento
filosófico iban inextricablemente unidos”. Y me parece que a mí me sucede lo
mismo, que mis deseos sensuales y mis pensamientos filosóficos aparecen en
combo, que los unos presagian a los otros. No es que mi sensualidad sea la
causa de mi vocación filosófica ni al revés, sino que ambos acontecimientos van
de la mano, son como amigos inseparables. Si esto es así, me alegro de haber
llegado a los cincuenta años con el mismo desbordamiento erótico que he tenido
desde que me masturbaba haciendo caballito en el borde de la cuna.
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