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jueves, 11 de julio de 2019

Filosofía y cobardía


Wittgenstein se alistó como voluntario en la Primera Guerra Mundial con el objetivo de mejorar su discernimiento. Pensaba dedicarse seriamente a la filosofía —o a lo que él consideraba filosofía después de quitarle todo aquello de lo que no se puede hablar—, y para poder pensar con altura era menester liberarse de la cobardía: “El motivo fundamental por el que va voluntario a la guerra en 1914 es el de hacerse un hombre, porque [...] solo un «hombre» (una persona de una pieza, una personalidad ética) puede pensar en serio” (Isidoro Reguera, El feliz absurdo de la ética, p. 35). ¿Es verdad esto? No necesariamente. Arthur Schopenhauer, por ejemplo, era bastante pusilánime, y pese a ello elaboró una filosofía de muy alta enjundia, y los ejemplos abundan, porque por lo general los grandes pensadores no han sido personas activas, ni mucho menos militaristas y temerarias, sino más bien lo contrario. De todos modos, la valentía es una virtud, y como todas las virtudes están, como las columnas de un edificio, encadenadas por lo bajo, concuerdo con Wittgenstein: entre dos individuos de igual claridad mental, piensa mejor el más valiente.

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