“En
arte —afirmaba Wittgenstein— es difícil decir algo que sea tan bueno como no
decir nada”, (Lecciones y conversaciones
sobre estética, psicología y creencia religiosa, p. 10). Esta afirmación
tiende a ser verdadera en el momento de la contemplación artística, mas pierde
toda certidumbre a medida que se habla del arte sin estar percibiéndolo. No hay
nada que me repugne más que una persona que habla, o que se ríe, en el momento
supremo del éxtasis amoroso; no hay bochorno mayor que interrumpir esos
instantes con alguna frase o alguna carcajada; y asimismo, si estoy extasiado
escuchando una melodía o presenciando una película de notable contenido
artístico, poco me voy a interesar en los comentarios que alguien me suministre
relacionados con tales obras, los encontraré sosos e inoportunos. Esto cuando
la belleza se muestra; pero después,
cuando ya no contemplo la obra de arte, las apostillas sobre la misma serán
bienvenidas, lo mismo que las apostillas relacionadas con el sexo una vez que
el sexo finaliza. Si la vida de Wittgenstein consistía en una perpetua
contemplación artística, puedo dar por válida su frase; de otro modo es falsa.
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