Nada es más común a los
filósofos que usurpar los dominios de los gramáticos y meterse en disputas de
palabras, mientras imaginan que están tratando cuestiones de más profundo
interés e importancia.
David Hume, Investigaciones sobre los
principios de la moral, cuarto apéndice.
Escribe
Wittgenstein alrededor de 1945:
Pudiera pensarse: si la filosofía habla
del uso de la palabra «filosofía», entonces tiene que haber una filosofía de
segundo orden. Pero no es así; sino que el caso se corresponde con el de la
ortografía, que también tiene que ver con la palabra «ortografía» sin ser
entonces de segundo orden (Investigaciones
filosóficas, § 121).
Para
Enrique Calderón, estas palabras constituyen algo así como una revelación
religiosa:
Me
parece que este fragmento contiene una observación genial [...] porque me
sugiere la idea de que la filosofía sea la ortografía del pensamiento pues
corrige los malos usos del lenguaje, es decir, el mal juego de los modos de
expresión del mismo (La filosofía como
terapia en Ludwig Wittgenstein, p. 156).
La filosofía, dice Calderón, solo
puede utilizarse para corregir los malos modos de expresión del lenguaje. Ya
estoy llegando al final de su ensayo, y he padecido grandemente su sintaxis, y
entonces me pregunto: ¿por qué no utilizó Calderón la filosofía para mejorarla?
Por lo demás,
esta manera de ver la filosofía hizo estragos, y los continúa, en el ambiente
académico de habla inglesa, y el hecho de que los profesores de filosofía hayan
publicitado esta postura frente a sus alumnos constituye una de las causas
principales de la actual esterilidad filosófica de aquellas tierras. Como dijo
la norteamericana (por elección) Ayn rand: "La mayor parte de los
departamentos de filosofía actuales están dominados por el análisis lingüístico
(el producto frustrado de una cruza entre la filosofía y la gramática, cuya
descendencia es menos viable que la de una mula)" (Filosofía: ¿quién la necesita?, p. 348).
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