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jueves, 4 de julio de 2019

La opaca claridad de Wittgenstein


Richard Bernstein comenta que es paradójico que un autor que insiste tanto en la claridad escriba una obra tan oscura como el Tractatus.
James G. Colbert Jr., “Aproximación a Wittgenstein”

Cité ayer un pasaje del Tractatus: “Todo aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad: y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse”. De esta sentencia se deduciría que el Tractatus es un escrito llano, y así lo consideraba Wittgenstein, que hablaba de que su libro era “tan claro como un cristal” (RKM, p. 64); pero no parece ser el caso. Bertrand Russell, a quien no podemos acusar de ser una mente obtusa, no lo comprendía. Wittgenstein se lo envió en 1919, y fue para Russell como haber recibido un papiro chino. Wittgenstein, con justa razón, se siente un incomprendido, pero supone que el error está en el lector y no en el escritor:

Hace algunos días te envié mi manuscrito [...]. Nunca hubiera creído que las notas que dicté a Moore en Noruega hace seis años no han dejado absolutamente ningún rastro en ti. [...] La pequeña esperanza que tenía de que mi manuscrito pudiese significar algo para ti se ha desvanecido completamente. [...] Cálidos recuerdos, y no pienses que todo lo que tú no entiendes es mera estupidez (carta a Bertrand Russell del 12/6/1919, citada en RKM, p. 66).

Tampoco Gottlob Frege, el fundador de la lógica moderna, de la lógica matemática y de la filosofía del lenguaje, tenía cabeza suficiente como para descifrar el Tractatus:

Envié también mi manuscrito a Frege. Me escribió hace una semana, y deduzco que no entiende ni una sola palabra. [...] ¡Es MUY DURO no ser comprendido por nadie!

Estoy en correspondencia con Frege. No comprende una sola palabra de mi obra y estoy completamente agotado de dar puras explicaciones (Cartas a Russell del 18/8/1919, y 6/10/1919 citadas en RKM, pp. 68 y 72).

“Todo lo que puede ser dicho, puede ser dicho con claridad”. Pero en lo que decía Wittgenstein no había claridad; luego, no podía ser dicho. O mejor dicho, no debería haber sido dicho. No sé si he sido claro[1].


[1] Cuando Friedrich Waismann rompió relaciones con Wittgenstein acusándolo de haberse “pasado del todo al bando de los oscurantistas” (cf. Wilhelm Baum, Ludwig Wittgenstein, p. 153), no iba muy descaminado.

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