Richard
Bernstein comenta que es paradójico que un autor que insiste tanto en la
claridad escriba una obra tan oscura como el Tractatus.
James G. Colbert Jr., “Aproximación a
Wittgenstein”
Cité
ayer un pasaje del Tractatus: “Todo
aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad: y de lo que no se
puede hablar, mejor es callarse”. De esta sentencia se deduciría que el Tractatus es un escrito llano, y así lo
consideraba Wittgenstein, que hablaba de que su libro era “tan claro
como un cristal” (RKM, p. 64); pero no parece ser el caso. Bertrand
Russell, a quien no podemos acusar de ser una mente obtusa, no lo comprendía.
Wittgenstein se lo envió en 1919, y fue para Russell como haber recibido un
papiro chino. Wittgenstein, con justa razón, se siente un incomprendido, pero
supone que el error está en el lector y no en el escritor:
Hace algunos días te envié mi
manuscrito [...]. Nunca hubiera creído que las notas que dicté a Moore en
Noruega hace seis años no han dejado absolutamente ningún rastro en ti. [...]
La pequeña esperanza que tenía de que mi manuscrito pudiese significar algo
para ti se ha desvanecido completamente. [...] Cálidos recuerdos, y no pienses
que todo lo que tú no entiendes es mera estupidez (carta a Bertrand Russell del
12/6/1919, citada en RKM, p.
66).
Tampoco Gottlob Frege,
el fundador de la lógica moderna, de la lógica matemática y de la filosofía del
lenguaje, tenía cabeza suficiente como para descifrar el Tractatus:
Envié
también mi manuscrito a Frege. Me escribió hace una semana, y deduzco que no
entiende ni una sola palabra. [...] ¡Es MUY DURO no ser comprendido por nadie!
Estoy
en correspondencia con Frege. No comprende una sola palabra de mi obra y estoy
completamente agotado de dar puras explicaciones (Cartas a Russell del
18/8/1919, y 6/10/1919 citadas en RKM, pp. 68 y 72).
“Todo
lo que puede ser dicho, puede ser dicho con claridad”. Pero en lo que decía
Wittgenstein no había claridad; luego, no podía ser dicho. O mejor dicho, no
debería haber sido dicho. No sé si he sido claro[1].
[1] Cuando
Friedrich Waismann rompió relaciones con Wittgenstein acusándolo de haberse
“pasado del todo al bando de los oscurantistas” (cf. Wilhelm Baum, Ludwig
Wittgenstein, p. 153), no iba muy descaminado.
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