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lunes, 1 de julio de 2019

¿Qué son los valores para Wittgenstein?


¿Qué son los valores?, Se preguntaba Risieri Frondizi desde el título de su libro más conocido. Ludwig Wittgenstein también se lo preguntó:

¿Es el valor un particular estado anímico? ¿O una forma inherente a ciertos datos de la conciencia? Mi respuesta sería: rechazaré siempre cualquier explicación que se me ofrezca; no tanto porque sea falsa, sino por tratarse de una explicación.

Ninguna explicación de ninguna índole que no esté relacionada con la ciencia tiene valor, y las explicaciones éticas no son la excepción:

Si alguien me dice que algo es una teoría, yo diré: no, no, esto no me interesa. Incluso en el caso de que la teoría fuera verdadera no me interesaría, no sería lo que estoy buscando. Lo ético no se puede enseñar. Si para explicar a otro la esencia de lo ético necesitara una teoría, entonces lo ético no tendría valor. [...] Para mí la teoría carece de valor. Una teoría no me da nada. (Conferencia sobre ética, pp. 48 y 49).

El problema, para Wittgenstein, era el lenguaje gaseoso. Toda explicación que no se circunscribiese a determinados hechos que la ciencia puede verificar está gasificada, es palabrería huera e inútil:

El verdadero método de la filosofía sería propiamente éste: no decir nada, sino aquello que se puede decir; es decir, las proposiciones de la ciencia natural --algo, pues, que no tiene nada que ver con la filosofía--; y siempre que alguien quisiera decir algo de carácter metafísico, demostrarle que no ha dado significado a ciertos signos en sus proposiciones. Este método dejaría descontentos a los demás —pues no tendrían el sentimiento de que estábamos enseñándoles filosofía—, pero sería el único estrictamente correcto (Tractatus, 6.53)[1].

En esta concepción de lo que implica la metafísica hay mucho del pragmatismo de William James, a quien Wittgenstein había leído. Erradicar la charlatanería metafísica que Hegel encabeza es misión divina para cualquier pensador, pero si nos disponemos a fumigar la casa para eliminar las cucarachas y como consecuencia eliminamos también al perro, al gato, al canario y al abuelo que dormía en el desván, el plaguicida que utilizamos no es muy recomendable.
La equivocación está en la exageración, en ir más allá de lo que se necesita para revertir un estado de cosas anómalo y absurdo. Tomemos por ejemplo el caso de Freud —quien también había sido leído y admirado por Wittgenstein[2]—. En la Europa del siglo XIX los temas sexuales eran tabú, y una explicación de cualquier morbosidad nerviosa que tuviera relación con el sexo se consideraba inverosímil. Entonces llegó Freud y sacudió el avispero: todas las neurosis tienen origen sexual. Si ya es difícil creer que la represión sexual no tiene nada que ver con las enfermedades nerviosas, mucho más difícil es creer que la totalidad de las enfermedades nerviosas tienen relación con este tipo de represiones o con deseos sexuales infantiles. Se avanza contra un problema, se arremete contra él, con tanta fuerza que probablemente se termina con el problema, pero al precio de crear, de resultas del excesivo envión, un problema nuevo, tal vez más pernicioso que el anterior. Esto mismo es lo que sucedió con Wittgenstein y con su intento de erradicar el lenguaje gaseoso de la filosofía (intento que, dicho sea de paso, no tuvo el éxito que sí tuvo Freud al incluir al sexo como tema prioritario de la psicología).


[1] A propósito de este aserto, escribe Ray Monk: “El propio Tractatus, con sus proposiciones numeradas, se aleja notoriamente de ese método. Insistir en que estas proposiciones no son realmente proposiciones, sino «pseudoproposiciones» o «aclaraciones», es una huida obviamente insatisfactoria de la dificultad central” (Ludwig Wittgenstein, p. 279).
[2] Más tarde lo criticó: “Freud ha hecho un mal servicio con sus seudo-explicaciones fantásticas (precisamente porque son ingeniosas). (Cualquier asno tiene a la mano esas imágenes para «explicar» con su ayuda los síntomas de la enfermedad)” (Ludwig Wittgenstein, Aforismos, p. 108). En una conversación privada, ocurrida en 1945, fue todavía más duro: “El psicoanálisis es una práctica peligrosa y asquerosa, que ha hecho un sinfín de mal, y, comparativamente, muy poco bien” (citado por Norman Malcolm en Recuerdo de Ludwig Wittgenstein, texto incluido en una compilación a cargo de Ricardo Jordana titulada Las filosofías de Ludwig Wittgenstein, p. 55).

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