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sábado, 17 de agosto de 2019

Wittgenstein y el sexo moderno


En 1929, Bertrand Russell publicó uno de sus más polémicos libros: Matrimonio y moralidad. En él opinaba que el sexo entre un hombre y una mujer que no están casados entre sí no es necesariamente inmoral si ellos realmente se aman, y “defendió los «matrimonios experimentales» o «matrimonios de compañía», relaciones formalizadas donde jóvenes podían tener de forma legítima relaciones sexuales sin esperar permanecer casados a largo plazo o tener hijos” (Wikipedia, artículo “Bertrand Russell”). También afirmaba que el divorcio debía ser cosa sencilla y expeditiva en los matrimonios carentes de hijos, pero excepcional cuando los hijos ya estaban presentes. En este último caso, no hay que divorciarse, para favorecer el entorno familiar, pero los padres podrán ser infieles a sabiendas del otro y no habrá motivo de quejas (esto lo escribía Russell pensando en su propio caso: su esposa estaba embarazada… de su amante). Todos estos puntos de vista relativos a la moral sexual matrimonial escandalizaron a la Inglaterra de su época y también a su examigo Wittgenstein, que no era un puritano, pero tampoco hacía escuela con sus debilidades:

Si una persona me dice que ha estado en los peores lugares, yo no tengo derecho a juzgarla, pero si me dice que fue su superior sabiduría la que le permitió ir allí, entonces sé que es un fraude (citado en RM, p. 277).

Esto lo dice alguien que, si hacemos caso a la hipótesis de Bartley, efectivamente ha estado en los peores lugares, pero sufría grandes remordimientos por ello.
Los desbordes, en materia de sexo, puede que sean inevitables, pero tampoco hay que sacar pecho y hacer de la lujuria un estandarte. Si tengo que fijar posición, voy a situarme en el medio, ni tan duro ni tan permisivo.
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