George
Moore, titular de la junta examinadora que otorgaría a Wittgenstein el cargo de
doctor en filosofía, escribió como conclusión de su evaluación: “Es mi opinión
personal que la tesis de Mr. Wittgenstein es la obra de un genio” (citado en RM, p. 257). Wittgenstein, en cambio, no
tenía un buen concepto de la capacidad intelectual de su antiguo profesor:
Moore es un hombre lleno de
preguntas, pero carece de talento para desenredar las cosas. Cuando uno se
enfrenta con algo que está enredado, una cosa es dejar sentado que algunas
hebras van hacia arriba, otras hacia un lado y otras cruzadas, y otra cosa bien
distinta es ser capaz de tomar uno de los cabos del hilo y seguirlo hasta el
final, tirando hacia fuera de él, deshaciendo los nudos, etcétera. Moore no
podía hacer esto último: era estéril (Últimas
conversaciones, pp. 68-9).
¿Moore era estéril?
¿Y él, que en lugar de desenredar la metafísica la desechaba como algo
inexistente? Si alguien quisiera dárselas de buen matemático sin haber
aprendido, digamos, el cálculo diferencial, se pondría en ridículo ante
cualquier otro matemático correctamente instruido. Pues bien, Wittgenstein se
jactaba de ser un buen filósofo sin haber aprendido demasiado sobre la ética,
que es algo así como el cálculo diferencial de la filosofía, y si los
pensadores filosóficos actuales no se han burlado de Wittgenstein como se
burlarían los matemáticos formales de aquel otro que no se lleva bien con el
cálculo diferencial, es por la sencilla razón de que a ellos tampoco les
interesa la ética como disciplina filosófica. Los muertos no se ríen del
degollado. Y tanto los muertos como los degollados no pueden engendrar, son
estériles.
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