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domingo, 4 de agosto de 2019

Los demonios de Wittgenstein

Solo se puede abrir uno a los demás desde una especial forma de amor: la que reconoce, por así decirlo, que todos somos unos niños malos.
Ludwig Wittgenstein, Aforismos [p. 160]

Luego de renunciar a su fortuna, Wittgenstein renunció también a la filosofía. Se graduó en poco tiempo de maestro de escuela y se fue de Viena para ejercer su trabajo en pequeñas comarcas en el interior de Austria.
Al llegar a Trattenbach, un pueblo rural entre montañas en donde oficiaría por primera vez como maestro, Wittgenstein se mostró entusiasta:

Describió Trattenbach como «un lugar diminuto y hermoso» y dijo que se sentía «feliz en su trabajo en la escuela». Pero, añadió de manera misteriosa, «no sabes cuánto lo necesito, o de otro modo se soltarán todos los demonios que hay en mi interior» (RM, p. 190).

Tenía bien maniatados a sus demonios en esa insignificante aldea porque no había allí peligro de promiscuidad, porque en esos parajes y en aquellos tiempos la promiscuidad era impensada, y más impensada la homosexualidad. El comentario de Wittgenstein podría no ser tan misterioso

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