Solo se puede abrir uno a los demás desde una
especial forma de amor: la que reconoce, por así decirlo, que todos somos unos
niños malos.
Ludwig Wittgenstein, Aforismos [p. 160]
Luego de renunciar a su
fortuna, Wittgenstein renunció también a la filosofía. Se graduó en poco tiempo
de maestro de escuela y se fue de Viena para ejercer su trabajo en pequeñas
comarcas en el interior de Austria.
Al llegar a Trattenbach, un pueblo rural entre montañas en donde oficiaría por
primera vez como maestro, Wittgenstein se mostró entusiasta:
Describió Trattenbach como «un lugar
diminuto y hermoso» y dijo que se sentía «feliz en su trabajo en la escuela».
Pero, añadió de manera misteriosa, «no sabes cuánto lo necesito, o de otro modo
se soltarán todos los demonios que hay en mi interior» (RM, p. 190).
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