Entre todos los
integrantes del círculo de Viena, quien mejores relaciones tenía con
Wittgenstein era Schlick, y esto es curioso, porque Schlick era el único de los
integrantes de este grupo que se preocupaba de esclarecer la ética y que la
tomaba como un objeto de estudio. Para Wittgenstein, lo bueno es bueno porque Dios
lo quiere y se acabó el asunto, mientras que Schlick afirmaba que Dios quiere
lo bueno porque es bueno. A Wittgenstein le agradaba la primera declaración
porque
cierra el camino a cualquier explicación de “por qué”
es bueno, mientras que la segunda es la superficial y racionalista, que actúa
“como si” pudieras dar razones de por qué algo es bueno. […] La primera
concepción dice claramente que la esencia de lo bueno no tiene nada que ver con
los hechos, y que por tanto no puede ser explicada mediante ninguna
proposición. Si existe una proposición que pueda expresar precisamente lo que
yo pienso, es la proposición “Lo que Dios ordena, eso es lo bueno” (citado en RM, p. 286).
Guiarse por esta última proposición en la
vida viene a ser enriquecedor o saludable para un taoísta que vive adentro de
una cueva o en un monasterio y que no interactúa con el prójimo, o interactúa
poco. Para una persona como Wittgenstein, o como todos nosotros, esa
proposición es una bomba de tiempo, porque ¿quién conoce lo que Dios ordena? Si
lo bueno es lo que Dios ordena, y si no creemos en la Biblia, lo bueno pasa a
ser cualquier cosa, lo que a nosotros se nos antoja. Y entonces, al no existir
manera de investigar el asunto, lo lícito es que cada quien se comporte de
acuerdo a sus impulsos del momento: estamos en la génesis del living la vida loca. Vemos así que
Wittgenstein, sin proponérselo, ha sido el preanunciador de Ricky Martin, de la
epidemia de adicción a las drogas y de todo aquello que destruye a nuestros
jóvenes y no tan jóvenes hoy en día.
“Si no existe Dios,
todo vale”, decía un personaje de Dostoievski. Yo digo algo parecido: si no
podemos dar ninguna explicación de lo que es bueno, todo vale.
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