Que Wittgenstein, consciente o inconscientemente,
para bien o para mal, estaba empeñado en una imitación de Cristo es una
posibilidad que no se puede eliminar alegremente si uno quiere comprender su
extraordinaria vida en Trattenbach,
Puchberg y Otterthal entre 1920 y 1926.
William Bartley, Wittgenstein
La época en que los
padres golpeaban a sus hijos, sea por afán educativo, sea para descargar sus
broncas, ya pertenece al pasado. Existen todavía padres golpeadores, pero son
mirados con desprecio por el resto de la sociedad. Por eso se nos hace muy
difícil aprobar este costado de los métodos educativos que utilizó Wittgenstein
en los pueblos en que se desempeñó como maestro de escuela.
Desde muy temprano dejó
en claro a sus alumnos que su prioridad educativa era enseñarles matemáticas,
pero lo hacía a un nivel tan exigente que la mayoría de ellos terminó
considerándolo un tirano:
El énfasis que ponía en la enseñanza de
las matemáticas le llevaba a dedicar a ese tema las dos primeras horas de cada
mañana. Creía que nunca era demasiado pronto para empezar con el álgebra, y
enseñaba matemáticas de un nivel bastante más elevado de lo que correspondía a
la edad de sus alumnos.
El problema básico que tenía
Wittgenstein, y que lo acompañó durante toda su vida, era su irritabilidad. Se
irritaba demasiado ante situaciones que de ningún modo ameritaban esa reacción.
Es bien sabido que castigaba frecuentemente a sus alumnos, pero una cosa es
castigarlos por su mal comportamiento y otra muy distinta por no tener cabeza
suficiente para resolver una ecuación. Ray Monk nos ofrece el testimonio de una
de sus alumnas de aquel entonces:
Wittgenstein preguntó: «¿Cuánto es?» A
la pregunta de cuánto eran tres veces seis, Anna dijo: «No lo sé.» El me
preguntó cuántos metros había en un kilómetro. No dije nada y recibí un
cachete. Luego Wittgenstein dijo: «Si no lo sabes se lo preguntaré a uno de los
pequeños, seguro que lo sabrá.» Después de la clase me llevó a su oficina y me
preguntó: «¿Es que no quieres [hacer aritmética] o es que eres incapaz?» Yo
dije: «Sí que quiero», Wittgenstein me dijo: «Eres una buena estudiante, pero
en lo que se refiere a la aritmética... ¿O es que estás enferma? ¿Te duele la
cabeza?» Mentí: «¡Sí!» «Entonces», dijo Wittgenstein, «por favor, por favor,
Brenner, ¿puedes perdonarme?» Mientras decía esto juntaba las manos como si
rezara.
Soltaba golpes como si soltase un
estornudo, de manera inconsciente, y luego se arrepentía.
Otra chica bastante floja en
matemáticas recuerda que un día Wittgenstein le tiró Wittgenstein le tiró del
pelo con tanta fuerza que, cuando más tarde se lo peinó, se le cayeron al suelo
bastantes cabellos. Las remembranzas de sus antiguos alumnos abundan en historias
de «Ohrfeige» (cachetes) y «Haareziehen» (tirones de pelo)
protagonizados por Wittgenstein.
Los padres de los niños
estaban desconcertados:
A medida que las noticias acerca de
esta brutalidad llegaban a oídos de los padres, crecía un sentimiento de hostilidad
en su contra. No se trataba de que los aldeanos desaprobaran el castigo
corporal [...]. Sin embargo, aunque se aceptaba que un muchacho revoltoso debía
recibir un cachete si se portaba mal, nadie se esperaba que una chica incapaz
de entender el álgebra recibiera el mismo trato. De hecho, nadie esperaba que
una muchacha entendiera el álgebra.
Loable era el interés de
Wittgenstein en que las niñas, que en aquella época y en esos parajes eran
consideradas incapaces de cualquier cálculo aritmético, incorporaran esta
herramienta para poder utilizarla en su adultez, pero difícilmente iban a
entrarles estos conocimientos a fuerza de cachetadas.
En septiembre de 1922,
cansado de la incomprensión de los padres y también de sus colegas, cambió
Wittgenstein de escuela. Se incorporó a una situada en la aldea de Hassbach, bastante cercana a la escuela anterior. Aquí se desempeñó
como maestro secundario, pero tampoco lo satisfizo el nuevo entorno:
Informó a
Engelmann de que se había formado «una impresión muy desagradable del ambiente
que reina aquí (profesores, el cura párroco, etc.)». Esas personas, dijo, «no
son humanas en absoluto, sino abominables gusanos».
Wittgenstein
quería ser un santo, o si esto era volar demasiado alto, quería comportarse
como un clérigo. Pero calificar a un grupo de personas como “abominables
gusanos”, ¿se condice con el vocabulario que debería utilizar un hombre de
Dios?
La incursión en Hassbach duró muy
poco, apenas dos meses, y
en noviembre comenzó a dar clases en la escuela primaria
de Puchberg [...]. De nuevo le resultó enormemente
difícil hallar algo de humanidad en las personas que le rodeaban; de hecho, le
dijo a Russell que no eran personas en absoluto, sino que tenían una cuarta parte de animal y
tres cuartas partes de ser humano.
Los citadinos
deberíamos comprender que la gente no citadina tiende a ser más rudimentaria
que nosotros los “cultos”, pero esta comprensión de la inferioridad intelectual
de los hombres de aldea no tendría que llegar jamás al desprecio. Si viviésemos
la vida que ellos viven, alejados de cualquier opción que redunde en un
enriquecimiento cultural significativo, seríamos nosotros los incultos y los
animales y consideraríamos a cualquier extraño de modales refinados como
alguien excéntrico. También yo, en mis excursiones como mochilero, he conocido
gente muy básica, pero nunca me aventuraría a considerarlos “animales”. Si
Wittgenstein los calificaba así no por indoctos sino por rastreros y sotretas,
esa ya es otra cuestión mucho más entendible, pero ¿no era él quien aplicaba
los cachetes?[1]
Dos
largos años permaneció en la escuela primaria
de Puchberg, hasta septiembre de 1924, momento en el cual
se mudó a Otterthal, una aldea vecina a Trattenbach. El director de la escuela de Otterthal era Josef Putre, con quien
Wittgenstein había tenido amistad mientras estaba en Trattenbach. Pero este tal
Putre era socialista, y como a casi todo buen socialista político, le
disgustaban la religión y los rezos. De ahí su primer encontronazo, pues
Wittgenstein rezaba con sus alumnos cada día. Y después llegó el verdadero
problema: el retorno de las agresiones:
Otra vez fueron las chicas las que
resultaron más resistentes a los métodos de Wittgenstein, y se quejaban de que
se les tirara del pelo o se les diera un cachete por ser incapaces o no estar
dispuestas a cumplir las elevadas y poco realistas expectativas de
Wittgenstein, especialmente en matemáticas. En resumen, como siempre.
Se
mantuvo enseñando en Otterthal hasta el mes de abril de 1926, momento en el
cual las golpizas de Wittgenstein llegaron a su punto cúlmine:
Haidbauer era un niño pálido y
enfermizo que moriría de leucemia a la edad de catorce años. No era rebelde,
pero posiblemente algo lento y reticente a responder en clase. Un día la
impaciencia de Wittgenstein pudo más que él y golpeó a Haidbauer dos o tres
veces en la cabeza, haciendo que el chico se desplomara. [...]
Al ver
desplomarse al chico[2],
Wittgenstein fue presa del pánico. Envió a los alumnos a casa, llevó a
Haidbauer a la sala del director a la espera de la llegada del médico del
pueblo [...] y a continuación abandonó la escuela apresuradamente.
Mientras
salía tuvo la desgracia de encontrarse con Herr Piribauer [...]. En el pueblo
se recuerda a Piribauer como una persona pendenciera que albergaba un profundo
rencor en contra de Wittgenstein. La propia hija de este, Hermine, con
frecuencia se había topado con el malhumor de Wittgenstein, y una vez la golpeó
con tanta fuerza que sangró por la oreja. Piribauer recuerda que cuando se
encontró con Wittgenstein por el pasillo estaba poseído por una cólera brutal:
«Le puse verde. ¡Le dije que no era un maestro, sino un adiestrador de
animales! ¡Y que iba a llevarle a la policía inmediatamente!» Piribauer fue a
toda prisa a la comisaría para que arrestaran a Wittgenstein, pero su propósito
se frustró al enterarse de que el único oficial a cargo de la comisaría se
encontraba fuera. Al día siguiente volvió a intentarlo, pero el director le
informó de que Wittgenstein había desaparecido esa noche.
Después
de aquel día jamás volvió a ejercer como maestro de escuela primaria.
Se
realizó un juicio sumario para investigar el asunto. Del mismo egresó
Wittgenstein indemne físicamente, pero espiritualmente destrozado:
El juicio había sido una gran
humillación, y más si tenemos en cuenta que, al defenderse de los cargos de
brutalidad, había sentido la necesidad de mentir en lo referente al castigo
corporal que administraba a sus alumnos. La sensación de fracaso moral que tal
cosa dejó en él le persiguió durante una década, y con el tiempo le condujo
[...] a tomar unos pasos muy drásticos para purgar la carga de esa culpa (RM, pp.
191 a 225).
Alguien se preguntará para qué me tomo el trabajo de detallar
todos estos incidentes, o si estos pueden invalidar de algún modo la filosofía
que Wittgenstein propugnaba. Respecto de lo segundo, contesto que no, que a la
filosofía de Wittgenstein, y en particular a su silencio ético, hay que
atacarlo, si se desea atacarlo, con argumentos y no con anécdotas referidas a
su vida personal. Respecto de lo primero, respondo que me tomo este trabajo
porque así como deseo que la gente, además de conocer mis ideas, conozca mi
conducta, mis grandezas y mis miserias, también deseo que se conozcan las
grandezas y miserias de la conducta de aquellos que son considerados pilares
del pensamiento filosófico. Gracias a estos detalles conductuales podemos
llegar a responder algunos interrogantes fundamentales concernientes a estos
hombres. En el caso de Wittgenstein por ejemplo, analizando su comportamiento
al frente del alumnado podemos conjeturar por qué no llegó a ser lo que siempre
anheló, que no era desde luego ser profesor en Cambridge ni maestro de escuela,
sino ser un santo. Estos detalles pormenorizados que acabo de transcribir nos
dan la clave de su fracaso: no llegó a la santidad porque su cuota de sadismo
excedía a la cuota media de una persona normal, no digamos ya a la que tendría
que portar un santo. Y teniendo en cuenta el resto de su vida posterior a su
etapa de maestro (la anécdota del atizador frente a Karl Popper es un claro
ejemplo), parece que sus esfuerzos por moderar este sadismo fueron infructuosos
o directamente no existieron[3].
[1] Llegó Wittgenstein a Trattenbach con un
concepto idealizado de lo que era un campesino escasamente letrado. (Tal vez
supusiera, para darle algún apoyo a su mutismo ético, que los que no teorizan
sobre nada son mejores personas que aquellos que tienen una explicación para
casi todo.) A los pocos días de su arribo le escribió a Engelmann: "Estoy
trabajando en un bello y pequeño nido llamado Trattenbach [...]. Soy feliz con
mi trabajo en la escuela y lo necesito locamente" (citado en WB, p.
100). Un año después, la descripción cambia radicalmente: "Estoy aún en
Trattenbach, rodeado como siempre por la animadversión y la bajeza. Sé que los
seres humanos, en general, no valen mucho en ninguna parte, pero aquí son mucho
más inútiles e irresponsables que en otros lados" (carta a Bertrand
Russell del 23/10/1921, citada en RKM, p. 86). El "bello y pequeño nido"
se había transformado en un nido de serpientes. El noble siervo de Tolstoi, al
menos en Austria, no existía, y percatarse de ello fue un golpe muy duro.
[2] Bartley especula con que el desmayo pudo haber sido
simulado (cf. WB, p. 133).
[3] El dato extraño y
un tanto tenebroso de esta etapa de Wittgenstein en la aldea de
Otterthal lo aporta William Bartley al afirmar que “para los del pueblo era un
homosexual (el por qué no se sabe)” (WB, p. 135). ¿Cómo podían saber los pueblerinos
que Wittgenstein era homosexual? ¿Incurrió alguna vez en alguna conducta
impropia para con alguno de sus alumnos? Me niego a creerlo, pero
necesariamente tengo que plantear la duda.
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