El prontuario ético del Wittgenstein maestro de escuela es
variopinto. Por un lado, las golpizas; por el otro, una pasión por la enseñanza
que envidiaría cualquier docente de la actualidad. Y en el medio, una anécdota
que no está relacionada directamente con su rol de educador pero que lo
enaltece. Resultó que una de las máquinas a vapor de la gran industria textil
que daba trabajo a la mayoría de los obreros de Trattenbach dejó de funcionar, y los
ingenieros vieneses que trajeron para repararla no pudieron hacerlo y
aconsejaron desarmarla y enviarla a Viena, debido a lo cual la fábrica debería
cerrar por un buen tiempo. Wittgenstein, que había estudiado ingeniería
aeronáutica (sin concluir la carrera) en la Universidad de Manchester y era muy
dado a la fabricación y reparación de todo tipo de artefactos, pidió permiso al
director de la fábrica para examinar la máquina averiada. Después de que se le
concedió el permiso a regañadientes,
Wittgenstein se presentó en la fábrica
[...] y examinó la máquina por todas partes pidiendo, después, la ayuda de
cuatro obreros. Siguiendo las directrices de Wittgenstein los obreros fueron
empujando la máquina rítmicamente y ante el asombro de los allí presentes la
máquina comenzó a funcionar. Wittgenstein rehusó la paga que se le ofrecía
pero, ante la insistencia, encargó que la factoría diera [...] vestidos de lana
para que se distribuyeran entre los niños del pueblo (WB, p. 109).
Wittgenstein
tenía un temperamento colérico y muchas veces se irritaba con sus colegas
profesores, y, como maestro de escuela, a veces se le escapaba alguna que otra
cachetada o un tirón de pelo. Pero estos incidentes, a mí, que me jacto de
poder hablar de los valores con la misma naturalidad con que hablo de deportes
o de recetas de cocina, estos incidentes por él protagonizados no me sacan de
la cabeza la convicción de que fue, en un sentido no absoluto del concepto, una
buena persona.
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