El sabio seguirá el cinismo, porque es
un atajo del camino a la virtud, según Apolodoro en su Moral. Solo él es libre,
los hombres vulgares son esclavos.
Diógenes Laercio, Vida
y doctrinas de los filósofos más ilustres, VII, 121.
En 1935, cansado, o aburrido, de dar clases en Cambridge,
Wittgenstein concibe el proyecto de entrar en la escuela de medicina y estudiar
psiquiatría. Esta carrera estaba en aquel entonces muy influenciada por las
teorías freudianas, pero a Wittgenstein no le interesaba ese sistema, al menos
en calidad de paciente, porque “no deseaba someterse a lo que se suele conocer
como técnica analítica. Pensaba que no era justo revelar a un extraño todos los
pensamientos propios” (WB, p. 205).
Los albaceas literarios de Wittgenstein han tomado buen cuidado de realizar, en
lo posible, sus deseos (ver la entrada del 29/4/19).
Esta declaración parece ir en contra de su intención de escribir
su autobiografía (ver la entrada de ayer). ¿No implica una autobiografía la
revelación de los propios pensamientos a todos los extraños que la lean? Tal
vez por este prurito jamás la escribió. Pero me parece que habría sido
Wittgenstein más preciso si en vez de decir que revelar a un extraño los
propios pensamientos es algo injusto, hubiera dicho que es algo vergonzoso. No
se mofa uno de la justicia cuando escribe una autobiografía o un diario íntimo,
sino de la propia vergüenza. Para escribir estas piezas literarias hay que ser
un poco desvergonzado, un poco sinvergüenza, y Wittgenstein, por desgracia para
la literatura y para la filosofía en general, no lo era.
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