El
judío es un paraje desierto, bajo cuyas delgadas capas rocosas se encuentran
las masas ardientes y fluidas de lo espiritual.
Ludwig Wittgenstein, Observaciones
Wittgenstein tenía sangre judía (según él, las tres cuartas partes
de su sangre, porque tres de sus abuelos habrían sido judíos[1]),
pero esto no le impidió, en una ocasión, hablar mal, muy mal de quienes
presentaban su misma condición. Y es a la vez curioso y alarmante que ese
momento de su vida en que sintió aversión por los judíos coincidiera
exactamente con el auge del antisemitismo hitleriano. Leamos este análisis:
Dentro
de la historia de los pueblos de Europa, a la historia de los judíos no se le
concede la importancia que se merece, y que es debida a su influencia en los
asuntos europeos, pues dentro de esta historia se les ve como una especie de
enfermedad, una anomalía, y nadie quiere poner la enfermedad al mismo nivel
que la vida normal (y nadie quiere hablar de una enfermedad como si tuviera los
mismos derechos que los procesos de un cuerpo saludable).
Podemos decir: la gente solo ve este tumor como una parte
natural de su cuerpo si cambia toda su manera de percibir el cuerpo (si cambia
la manera en que toda la nación percibe su cuerpo). De otro modo, lo mejor que
pueden hacer es aguantarse.
Se puede esperar que un individuo muestre este tipo de
tolerancia, o no hacer caso de estas cosas; pero no se puede esperar esto de
una nación, pues lo que precisamente le da su carácter de nación es el no hacer
caso omiso de tales cosas. Por ejemplo, existe una contradicción en esperar
que alguien, de manera simultánea, conserve su antigua percepción estética del
cuerpo y también dé la bienvenida al tumor (diario secreto de Wittgenstein,
citado en Aforismos, p. 60)[2].
Individualmente —parece decir—, podemos tolerar en Austria
y Alemania al judío, pero como nación, existe el derecho, y tal vez la
obligación, de erradicarlo. Nazismo depurado, y expresado no en cualquier
momento de la historia sino en 1931, minutos antes —históricamente hablando—
del Holocausto. Son pensamientos privados, no los dio a publicidad, por lo que
no puede decirse que Wittgenstein haya contribuido como causa eficiente a la
consolidación del nazismo, pero es preocupante que un pensador tan admirado, y
que se negaba sistemáticamente a emitir proposiciones éticas, haya podido
reflexionar sobre la cuestión judía en estos términos.
Ray Monk se sorprende, al igual que yo, de
lo que descubre en el diario de Wittgenstein:
Lo más asombroso de los comentarios de
Wittgenstein es que utilice el lenguaje --en concreto, los eslóganes-- del
antisemitismo racial. […] Muchas de las sugerencias más atroces de
Hitler, su caracterización del judío como un parásito «que al igual que un
bacilo nocivo se extiende tan pronto como encuentra un medio favorable», su
afirmación de que la aportación de los judíos a la cultura carece de la menor
originalidad, […] y, además, que su aportación se ha restringido al refinamiento
cultural de una cultura distinta […]: toda esta letanía de lamentables
sandeces encuentra su paralelo en las observaciones de Wittgenstein de 1931.
De no haber sido escritas por Wittgenstein, muchas de sus
afirmaciones acerca de la naturaleza de los judíos serían vistas como poco más
que el vocerío de un fascista antisemita.
Evidentemente, aquella imagen del tumor a extirpar
utilizada por Wittgenstein
no
tiene sentido sin una concepción racial de lo judío. El judío, aunque
«integrado», nunca será un alemán o un austríaco, porque no pertenece al mismo
«cuerpo»: ese cuerpo lo percibe como un tumor, una enfermedad. La metáfora es
particularmente adecuada para describir los miedos de los antisemitas austríacos,
porque implica que cuanto más se integren los judíos, más peligrosa es la
enfermedad que representan para la, de otro modo, saludable nación aria (RM, pp.
294-5).
Dice Monk que luego de este ataque repentino de antisemitismo,
jamás volvió Wittgenstein a escribir en sus diarios, o en cualquier lado,
oprobios parecidos dedicados a los judíos. Es claro: una vez que comenzaron las
persecuciones reales, y que involucraron incluso a sus propias hermanas, que se
salvaron de milagro[3], cualquier noción
antisemita que una persona más o menos cuerda esgrimía tenía por fuerza que
desaparecer. Esto es lo obvio; lo anterior, el antisemitismo previo, el deseo
de que el Estado “erradique” a los judíos de Austria y Alemania, quedará para siempre
como una mancha indeleble de la filosofía no-ética de este campeón de la
lingüística.
Weininger
decía (y el dicho se ha transformado en proverbio) que no hay peor antisemita
que el propio judío. No hay que ver en Torquemada una excepción, sino una regla
muchas veces repetida. Los ejemplos en la historia son múltiples y permanentes,
en todo lugar y circunstancia. Pero cuando dentro de estos ejemplos aparece un
pensador de jerarquía, el resto de los pensadores, judíos o no, jerárquicos o
no, nos estremecemos, porque confirmamos la impotencia de nuestra propia razón
ante los embates del prejuicio, del entorno fanatizado y del odio convertido en
doctrina. El único consuelo está en saber que tales pensadores antisemitas por
lo general descreían de la razón a la hora de hablar sobre la ética, lo que me
mueve a insistir, por reacción, en que la razón, la deducción y la inducción, se
me siguen apareciendo como los instrumentos más acertados para tratar estos
temas en la teoría[4].
[1] Hay una reseña
pormenorizada de la genealogía de Wittgenstein y de sus antepasados judíos en WB, pp. 191-2.
[2] Este mismo texto, aunque con diferente traducción,
puede leerse también en Ludwig Wittgenstein, Observaciones, pp. 45-6.
[3] En realidad, no se salvaron gracias a un
milagro, sino gracias al poder económico de la familia: “Con la anexión de
Austria por Hitler en marzo de 1938 [...], Wittgenstein negocia en Berlín con
los nazis una salida a la cuestión, que se arregla, al precio de 1,7 toneladas
de oro (!), lavando la cara, más bien la sangre, [...] de su abuelo Hermann
Christian, hijo oficial de padre y madre judíos, haciendo de él un espécimen de
la raza alemana. Así, los Wittgenstein quedaban solo como «medio judíos», como mischlinge,
con dos abuelos judíos y dos arios, y en una relativa seguridad, que les fue
suficiente” (Isidoro Reguera, Ludwig
Wittgenstein, pp. 49-50).
[4] (Nota añadida el 10/7/19.) Habiendo publicado este artículo en
Facebook, un lector me acusó de malinterpretar las palabras de Wittgenstein. Se
suscitó un debate que a continuación reproduzco:
Ernesto Briseño. —El
análisis del texto de Wittgenstein comete un craso error. Wittgenstein no está
expresando su propio punto de vista, sino el punto de vista de terceros,
precisamente, el de los nacionalistas antisemitas. A
quién escribió el comentario, le aconsejo que aprenda a leer.
Cornelio Cornejín. —El texto está tomado de sus diarios
personales, en ningún momento hace alusión a que se está refiriendo a la
opinión de terceros.
Ernesto. —Supongamos que la
traducción es buena. Examina el uso del «se» y si tienes tu sentido lingüístico
bien afinado te darás cuenta que no se refiere a sí mismo sino al modo de ver
las cosas de terceras personas. Además, a la luz de lo que dice al inicio del
texto, debiste poner en duda tu interpretación como antisemita del resto de
texto. Lees, sí, pero no reflexionas a fondo sobre lo que lees. Y no te
escondas detrás de Monk, que también puede haber sido poco cuidadoso en su
lectura del texto. Wittgenstein, más que formular un juicio de valor, formula
una observación de carácter sociológico.
Cornelio. —No tengo el texto
original, no puedo emitir un juicio serio sobre esta cuestión si no dispongo de
él. Pero Monk es un reputado biógrafo, no creo que haya malinterpretado el
texto de Wittgenstein.
Ernesto. —¿Te basta con creer?
¡Qué mal argumento? Argumentar así a mí me daría un poco de vergüenza. Y si es
el texto que tienes, has de partir de lo que dice a la letra.
Cornelio. —"Se puede
esperar que un individuo muestre este tipo de tolerancia, o no hacer caso de
estas cosas; pero no se puede esperar esto de una nación". Está diciendo
claramente que a cualquier nación le es imposible tolerar a los judíos, en
tanto que nación. Wittgenstein, desde luego, no es una nación, por lo que
está opinando "sobre terceros" (naciones), pero claramente está
justificando la persecución de judíos por parte de los diferentes estados. No
dice que sea bueno perseguir a los judíos, pero dice que los estados están justificados
en su accionar si es que lo hacen.
Ernesto. —¿Te das cuenta de que
estás incurriendo en un sofisma llamado argumentum
ad verecundiam?
Cornelio. —"Wittgenstein,
más que formular un juicio de valor, formula una observación de carácter
sociológico". Estoy de acuerdo. La observación sociológica es que los
estados no tienen otra opción que perseguir a los judíos. No es un juicio
de valor, pero es una observación de carácter sociológico completamente
errónea, puesto que el resto de los estados no los han perseguido. Por otra
parte, todos sabemos que detrás de estas "observaciones sociológicas"
se esconden sentimientos, se disfraza el juicio de valor de "observación
sociológica" para que no resulte tan crudo, y porque Wittgenstein, de
acuerdo a lo que dice en el Tractatus,
no tiene derecho a emitir juicios de valor.
Ernesto. —“Si p, entonces q” no
significa que p justifique q, sino que si se da p se dará necesariamente q.
Interpretar el sentido de la relación condicional como una justificación es
erróneo, y arbitrario de tu parte. Fallas en lógica y hermenéutica. “Todos
sabemos que…”. De verdad que estás muy limitado. Acudir a una pretendida
certidumbre general (y ¿qué otra cosa sino eso es un prejuicio) para avalar la
tesis de que “detrás de una observación sociologica se esconde un juicio
de valor”, es incurrir en otro sofisma: un argumentum ad populum. Además, tendrías que demostrar que detrás de
toda observación de ese tipo hay un juicio de valor para imputar un juicio de
valor oculto a la observación de Wittgenstein, es decir, para poder sostenerlo
en el caso de esta, pues basta un caso en que no sea así para que tu conclusión
sea lógicamente inatingente. En verdad que estás muy poco preparado.
Cornelio. —El recurso a la autoridad —lo que
pedantescamente llamas tú argumentum ad
verecundiam— es un recurso muy estimado por los pensadores rigoristas
cuando no es posible comprobar directamente la verdad o la razonabilidad de un
enunciado. Aquí lo que pretendemos comprobar es el sentido de las palabras de
Wittgenstein, para lo cual necesitaríamos el texto original en alemán. Yo no
dispongo de él y creo que tú tampoco, por lo que no nos queda otra que
remitirnos a Ray Monk, que sí ha leído el texto original. Pretender negar la
autoridad de Monk en este tema equivaldría a ir a un banco de ADN para
corroborar la identidad de tu supuesto hijo y, al decirte en esa institución
que en realidad ese hijo no es tuyo, tú te empecinases y dijeses que sí es de
tu misma sangre, porque tus conjeturas van para ese lado, y no aceptas la palabra
del banco de ADN porque sería aceptar un argumentum
ad verecundiam, puesto que solo te
dicen que no es tu hijo pero no te suministran los datos técnicos que les
posibilitaron a los científicos llegar a esa conclusión. En un caso así, yo le
daría la derecha al banco de ADN, por más que no tuviese yo la más mínima idea
de cómo hicieron para llegar a esa conclusión; y parecidamente, le doy la
derecha a Ray Monk en este asunto de si debo interpretar este texto de
Wittgenstein como una opinión personal o como una descripción que se atribuye a
terceros.
Cornelio. —Decir que estoy muy poco preparado, que mi
discernimiento es muy limitado, que tengo fallos en lógica y hermenéutica,
etc., no es argumentar sino insultar. Quien insulta, lo hace porque se le han acabado
los argumentos con los cuales rebatir alguna idea o razonamiento.
Cornelio. —Si me muestras el texto original de Wittgenstein
en alemán, ahí podríamos empezar a zanjar esta cuestión. De otro modo, no me
queda otra, y a ti tampoco, que descansar en la autoridad de Monk, quien
coincide conmigo en la interpretación de este texto.
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