Para Wittgenstein, ser
cristiano es fundamentalmente vivir como cristiano, y para ello no es necesario
apertrecharse de ningún tipo de teoría ética: “El cristianismo [...] dice que la
sabiduría es toda ella fría; y que no puede ser utilizada para enderezar tu
vida más de lo que puedes forjar el hierro cuando está frío” (citado en RM, p. 426). La metáfora es magnífica y estoy muy de acuerdo con
ella: lo que calienta al hierro y permite enderezarlo no es la teoría ética ni
el conocimiento filosófico, sino la religión, o mejor dicho la religiosidad
propia de cada quien, sea o no este cada quien, a sus propios ojos, una persona
religiosa en el sentido común de la palabra. El problema es que nosotros dos,
Wittgenstein y yo, somos pensadores filosóficos y no “hombres de Dios”, y el
cometido de los pensadores filosóficos no es forjar el hierro sino informar al
hierro sobre los diferentes procedimientos de forjado. Si queremos ser
forjadores, lo mejor es convertirnos en santos y así, mediante el ejemplo,
ayudar a los demás a que enderecen sus vidas; pero en tanto nos consideremos
pensadores filosóficos, nuestro cometido es otro. Yo quise ser santo, pero no
me dio el cuero y regresé adonde pertenezco, adonde puedo dar lo mejor de mí,
al terreno de la especulación filosófica. Wittgenstein también quiso ser santo
y tampoco lo logró, pero se quedó en un híbrido: ni santo (porque no se
comportaba santamente) ni pensador filosófico (porque no teorizaba
filosóficamente). Sería soberbio de mi parte suponer que con mis especulaciones
filosóficas ayudaré a la gente a enderezar su vida, pero al menos la mantendré
informada y le haré saber si tal o cual persona que tiene delante enderezó en
efecto su vida, o es solamente un impostor, un santo falso. Con despertarle a
quien me lea ese solo discernimiento, yo me conformaría.
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