… Se comprenderá ahora por qué tan solo
los hombres superiores llegan a escribir los recuerdos de su vida (dejando
naturalmente aparte los casos en que esto ocurre por vanidad, ambición o
espíritu de imitación) […]. No todos los hombres geniales llegan a escribir su
autobiografía, pues para ello son necesarias condiciones psicológicas especiales
que asientan muy profundamente; pero, por el contrario, la redacción de una
autobiografía completa, cuando responde a una necesidad espiritual, es siempre
un signo de capacidad superior.
Otto
Weininger, Sexo y carácter
El 28 de diciembre de 1929 escribió
Wittgenstein en su diario:
El espíritu en el
que uno puede escribir la verdad acerca de sí mismo puede tener las formas más
variadas; de la más decente a la más indecente. Y según el que tome, puede ser
muy deseable o muy erróneo escribir acerca de ello. De hecho, entre las
verdaderas autobiografías que uno podría escribir hay toda una gradación que va
de lo más elevado a lo más bajo. Yo, por ejemplo, no puedo escribir mi
autobiografía en un plano más elevado que aquel en que existo. Y por el mismísimo
hecho de escribirla no me vuelvo necesariamente superior; puede que
incluso me vuelva más sucio de lo que era antes. Algo en mi interior habla en
favor de que escriba mi autobiografía, y de hecho me gustaría tener algún
tiempo para desplegar mi vida, a fin de tenerla claramente ante mí, y también
ante los demás. No tanto para someterla a juicio como para, en cualquier caso,
producir claridad y verdad (citado en RM, p. 266).
Durante los dos o tres años siguientes
tuvo siempre en la cabeza la idea de comenzar esta autobiografía, al estilo de
las Confesiones de San Agustín, que
tanto habían influido en él. Sin embargo, esta producción de verdad y claridad
que un pensador que desea pasar a la posteridad tiene la obligación de entregar
a quienes tratarán de comprenderlo, nunca fue realizada, de manera que solo
podemos enterarnos de los detalles íntimos de su vida a través de sus
biógrafos, que como hemos visto, discrepan unos con otros. Hemos perdido la
oportunidad de conocer al verdadero Wittgenstein de primera mano, y todo eso
porque no ha tenido el valor intelectual de mostrarse tal cual era.
Sus apuntes de valor autobiográfico “deben
ser todos quemados”, le ordenó a Russell cuando era más joven. Ya de adulto se
propuso, en lugar de quemar, analizar las cenizas de lo quemado, pero todo
quedó nada más que en intenciones. Habrá supuesto que tenía otros asuntos más
importantes que tratar. ¿Te imaginas tú lector con qué interés leeríamos ahora
la autobiografía de Wittgenstein si hubiese tenido “tiempo” para escribirla sin
ocultar ningún detalle de su vida privada? Pero claro, los que ahora lo adoran
como un semidiós de la filosofía, que todavía son bastantes, seguramente se
habrían sentido decepcionados al cerrar el libro[1].
[1] Hacia el final de
su vida, retornó la piromanía: “Las notas que cubren el período de 1918-28 [la
época de mayor actividad sexual de Wittgenstein] se han perdido. Se sabe que
varios de sus apuntes fueron destruidos por orden expresa de Wittgenstein en
1950” (WB, p. 200). También
desaparecieron las cartas que Wittgenstein le escribió a Skinner y que aquel recuperó
luego del fallecimiento de su amante (cf. RM, p. 309).
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