Wittgenstein tenía, como decía
Bertrand Russell, “el orgullo de Lucifer”.
William Bartley, Wittgenstein
Keynes venía desde hacía mucho tiempo queriendo convencer a
Wittgenstein de que regresara a Cambridge a impartir clases, pero este se
negaba sistemáticamente a satisfacerlo:
Me pregunta usted en su carta si puede
hacer algo que me permita volver a la labor científica. La respuesta es que no:
no hay nada que se pueda hacer al respecto, porque yo mismo no siento ya ningún
impulso interno hacia ese género de actividad. Todo lo que realmente tenía que
decir lo he dicho, de modo que la fuente se ha secado. Esto puede sonar
extraño, pero es así (carta
de Wittgenstein a Keynes del 4/7/1924, citada en RKM, p. 104).
“La
verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece intocable y definitiva”,
había dicho Wittgenstein en el prólogo de su Tractatus. Es lógico, pues, que quien ha llegado a establecer una
verdad definitiva deje de trabajar dentro del campo en el cual esa verdad rige,
porque no hay posibilidad de perfeccionar nada. Sin embargo, a los pocos años
Wittgenstein volvió a escribir sobre filosofía, o sobre lo que él consideraba
filosofía, y si bien no publicó estos escritos en vida, la cantidad de textos
es abundante. Milagrosamente, de la fuente seca comenzó a brotar agua[1].
Esto significa que dejó de considerar al Tractatus
como una obra intocable y definitiva, lo cual es un gesto que lo enaltece pero
no borra el gesto anterior, a saber, el considerar una serie de parágrafos
completamente intrascendentes (vistos en el marco de la historia general de la
filosofía) como una especie de Biblia que no se puede discutir. Si uno se cree
genio y en realidad lo es, la megalomanía no es tal, porque los hechos la
refutan. Wittgenstein no tenía esa apoyatura: era un megalómano de pies a
cabeza.
[1] Según William Bartley, no es verdad que Wittgenstein se desvinculara
de sus inquietudes filosóficas durante los años en que se alejó de Cambridge:
"Los que suponen que dejó la filosofía durante este período, de forma que
fue catapultado súbitamente de nuevo hacia ella [...], se confunden” (WB, p.
89).
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