La idea de un noviazgo burgués de
Marguerite me produce náuseas. [...] El tufo burgués de la relación [...] me
resulta tan espantoso e insoportable que por huir de él sería capaz de huir del
mundo. Puedo soportar cualquier ensuciamiento, pero no el burgués.
Ludwig Wittgenstein, Movimientos
del pensar. Diarios 1930-1932 / 1936-1937, entrada del 7/11/1931
El regreso de Wittgenstein a
Viena en 1926 le deparó una extraña sorpresa: se enamoró… de una mujer. La
festejada se llamaba Marguerite Respinger, una muchacha
suiza de la alta sociedad a quien Wittgenstein casi doblaba en edad. Mantuvo
con ella un idilio, que él creyó preliminar al matrimonio, durante cuatro años,
pero parece que la novia no se había enterado de que lo era. Wittgenstein
escribía a
Marguerite de manera frecuente y regular, a veces diariamente, pero ella no se
dio cuenta de que pretendía hacerla su mujer hasta unos dos años después, y
cuando lo advirtió emprendió una premiosa retirada. Aunque halagada por sus
atenciones, e intimidada por la fuerza de su personalidad, Marguerite no veía
en Wittgenstein las cualidades que deseaba en un marido. Él era demasiado
austero, demasiado exigente (y, uno sospecha, un poco demasiado judío). Además,
cuando él dejó claras sus intenciones, también expresó que tenía en mente un
matrimonio platónico, sin hijos... y eso no era para ella (RM, p. 246).
Y a este idilio
heterosexual se le suma el dato de que, cuando joven, había tenido relaciones
sexuales al menos con una mujer (cf. ibid., p. 341). Era de los míos:
homosexual, pero no de raza pura.
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