El punto central del libro es ético.
Ludwig Wittgenstein,
carta a Ludwig von Ficker
Constituye motivo de regocijo para el pensador filosófico el hecho
de que hayan salido a la luz, después de largos años de haberse mantenido en la
penumbra, los diarios secretos y las cartas de Wittgenstein que sobrevivieron
al exterminio que él mismo aconsejaba. Sin embargo, uno de sus biógrafos
advierte que lo importante sigue siendo el pensamiento de Wittgenstein, es
decir, su Tractatus y sus Investigaciones filosóficas, y el resto
muy secundario, y quien invierta esta escala correrá el riesgo de dar más
importancia a los dulces que al alimento suculento:
A la hora de considerar escritos
biográficos como pueden ser los diarios o las cartas, debemos reparar en que
una cosa es que todo este ingente material haya contribuido a completar la
imagen heredada de Wittgenstein, y otra que los escritos de índole más personal
sirvan realmente para algo más. Conocer de primera mano, por ejemplo, los
padecimientos y sinsabores del joven Wittgenstein durante la Primera Guerra
Mundial, los libros que leía y de qué manera le influían completan sin duda la
imagen que nos hacemos de la persona llamada Ludwig Wittgenstein, pero de ello
no se sigue necesariamente que sirvan para completar también la imagen del
filósofo llamado Ludwig Wittgenstein. Así, al querer compensar una carencia
notable en la recepción del legado intelectual wittgensteiniano corremos el
riesgo [...] de prestar excesiva atención, o mejor, una atención desenfocada, a
una serie de escritos que no fueron concebidos explícitamente para ser
publicados (David Pérez Chico, “Los Diarios
secretos de Wittgenstein. Una lectura perfeccionista”, artículo disponible
en internet).
Todos
estos datos que nos aportan los diarios y las cartas de Wittgenstein nos lo pintan
en tanto que hombre, desde luego, pero también en tanto que pensador
filosófico. Tan es así que si no fuera por estos diarios y estas cartas, la
imagen de Wittgenstein como pensador seguramente seguiría siendo aún la de un
adepto a la filosofía analítica que veía con buenos ojos el desarrollo
posterior del positivismo lógico y del Círculo de Viena. Esa imagen nos parece obsoleta
gracias a lo que ahora sabemos a través de sus biógrafos y de otros escritos
suyos que no son el Tractatus.
En
general —dice Pérez Chico—
soy de la opinión de que el valor de
una teoría filosófica debe ser juzgado con independencia de sus orígenes o
motivaciones personales. Muy probablemente existirán ejemplos y circunstancias
históricas que podrían contradecir esta opinión, pero serían las excepciones
que confirmarían la regla.
Sí, el valor de una teoría filosófica es independiente de todo
eso, pero aquí no estamos indagando sobre el valor de la teoría filosófica de
Wittgenstein sino sobre algo más básico: su contenido. Mal podemos determinar
si una teoría filosófica es valiosa o disvaliosa si no podemos precisar de qué
tipo de teoría se trata, y es justamente eso lo que no podíamos precisar antes
de que aparecieran los escritos intimistas de Wittgenstein. Se suponía que el Tractatus era filosofía analítica pura y
así se lo valoraba; llegaron las cartas y los diarios y se transformó en un
tratado sobre la ética[1].
Por eso es tan importante conocer la intimidad del pensador que concibió tal o
cual doctrina que juzgamos interesante: para estar más seguros de que lo que
nosotros entendemos por su doctrina era lo que él se propuso que entendiésemos.
Y máxime tratándose de Wittgenstein, un pensador al que le gustaba más mostrar que decir. ¿Que Wittgenstein fue el fundador de una “teología atea”, una
teología sin Dios y sin razón, sin teos y sin logos?[2]
Confrontemos este aserto con la imagen de Wittgenstein rezando todos los días
junto a sus alumnos de la escuela elemental, y la mentira queda desarticulada[3].
[1] En realidad, el Tractatus fue diseñado originalmente como un libro de cuño
estrictamente lógico, bien a la medida del Bertrand Russell de aquel entonces,
pero este objetivo cambió radicalmente luego de la tremenda “Ofensiva Brusilov”, en la que los rusos
arremetieron sin piedad contra el batallón en el que Wittgenstein militaba. En
junio de 1916, “el Undécimo Ejército austríaco, al que pertenecía el regimiento
de Wittgenstein, se enfrentó al grueso del ataque y sufrió enormes pérdidas.
Fue precisamente entonces cuando la naturaleza del trabajo de Wittgenstein
sufrió una transformación. El 11 de junio sus reflexiones acerca de los
fundamentos de la lógica se interrumpen con la pregunta: «¿Qué sé de Dios y del
propósito de la vida?»” (RM, p. 142). «Sí, mi obra se ha
extendido desde los fundamentos de la lógica a la esencia del mundo», comenta
en agosto de ese año. Comenzó la guerra siendo un lógico y la terminó siendo un
místico: la vecindad con la
muerte le hizo saber que existen cosas más importantes que la lógica y el
análisis lingüístico.
[2] Cf. Oscar del Barco, “Notas sobre una posible
«teología atea» en la filosofía de Ludwig Wittgenstein”, artículo disponible en
internet.
[3] Jacques Bouveresse concuerda
conmigo: “Podemos sentirnos tentados a
considerar, y esta es una tentación a la que cedemos cada vez más
fácilmente, que lo más importante e incluso tal vez lo más filosófico se
encuentra en otras partes, en los sitios en los que el hombre aparece tanto o
más que el pensador, en los que se libera de la reserva y la disciplina severa
que se impone el filósofo al trabajar, tanto en lo concerniente a la elección
de los temas que aborda, como a la manera de tratarlos, y se expresa de una
forma a la vez más libre y más personal sobre una multitud de temas que se
hallan aparentemente ausentes de su filosofía” (Wittgenstein, prefacio).
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