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jueves, 15 de agosto de 2019

Un abogado de Wittgenstein


Leo un pasaje del Wittgenstein de Anthony Kenny (p. 21):

La condena que Wittgenstein hace de las proposiciones filosóficas calificándolas de carentes de sentido se aplica —y de ello él mismo fue consciente— a las propias proposiciones del Tractatus. Al final del libro lo comparó a este con una escalera: debemos primero subir por ella y darle luego un puntapié, si es que queremos gozar de una pintura correcta del mundo. El Tractatus, como toda metafísica, era un intento de decir lo indecible.

Kenny trata de defenderlo pero lo hunde todavía más. Si el Tractatus es una obra metafísica, que carece de sentido pero que luego de leerla y desecharla (subir por la escalera y luego arrojarla) nos permite “gozar de una pintura correcta del mundo”, ¿no se podría decir lo mismo respecto de cualquier otro escrito de carácter metafísico? Si este es el caso, todos los escritos metafísicos, realmente metafísicos (los de Hegel y Heidegger excluidos), carecerían de sentido pero nos permitirían gozar de una pintura correcta del mundo, lo cual es muchísimo más importante que leer cualquier escrito pleno de sentido que no tenga la propiedad de hacernos percibir y disfrutar esa pintura cósmica. ¿Qué derecho tendría entonces Wittgenstein de condenar a los escritores “metafísicos”? ¿No estaríamos acaso propiciando esas visiones pictóricas, por más que nuestras palabras, en un sentido lógico, aparezcan demacradas? Tendría yo derecho a decir, respecto de mis escritos, lo que decía Wittgenstein del Tractatus: hay que leerlos y luego arrojarlos a la basura; pero leerlos, porque si no, no dispondremos de la escalera que nos permita subir hacia lo alto del edificio. Sin embargo me niego a decir esto respecto de mis escritos y de los escritos metafísicos de cualquier buen pensador, porque ni me parece que mis escritos metafísicos carezcan de sentido, ni mucho menos me parece que, mediante el simple expediente de leerlos, pueda una persona “iluminarse”.

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