Leo
un pasaje del Wittgenstein de Anthony
Kenny (p. 21):
La condena que Wittgenstein hace de las
proposiciones filosóficas calificándolas de carentes de sentido se aplica —y de
ello él mismo fue consciente— a las propias proposiciones del Tractatus. Al final del libro lo comparó
a este con una escalera: debemos primero subir por ella y darle luego un
puntapié, si es que queremos gozar de una pintura correcta del mundo. El Tractatus, como toda metafísica, era un
intento de decir lo indecible.
Kenny
trata de defenderlo pero lo hunde todavía más. Si el Tractatus es una obra metafísica, que carece de sentido pero que
luego de leerla y desecharla (subir por la escalera y luego arrojarla) nos
permite “gozar de una pintura correcta del mundo”, ¿no se podría decir lo mismo
respecto de cualquier otro escrito de carácter metafísico? Si este es el caso,
todos los escritos metafísicos, realmente metafísicos (los de Hegel y Heidegger
excluidos), carecerían de sentido pero
nos permitirían gozar de una pintura correcta del mundo, lo cual es muchísimo
más importante que leer cualquier escrito pleno de sentido que no tenga la
propiedad de hacernos percibir y disfrutar esa pintura cósmica. ¿Qué derecho
tendría entonces Wittgenstein de condenar a los escritores “metafísicos”? ¿No
estaríamos acaso propiciando esas visiones pictóricas, por más que nuestras
palabras, en un sentido lógico, aparezcan demacradas? Tendría yo derecho a decir,
respecto de mis escritos, lo que decía Wittgenstein del Tractatus: hay que leerlos y luego arrojarlos a la basura; pero
leerlos, porque si no, no dispondremos de la escalera que nos permita subir
hacia lo alto del edificio. Sin embargo me niego a decir esto respecto de mis
escritos y de los escritos metafísicos de cualquier buen pensador, porque ni me
parece que mis escritos metafísicos carezcan de sentido, ni mucho menos me
parece que, mediante el simple expediente de leerlos, pueda una persona “iluminarse”.
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