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martes, 31 de julio de 2018

Marcos Alves, la novela inconclusa de Pessoa


 Toni Morrison, Paraíso

Quizá no me atraigan los burdeles en calidad de cliente, pero tal vez me atraigan en calidad de encargado. William Faulkner, interrogado por un periodista acerca de cuál sería el mejor ambiente para un escritor, respondía lo siguiente:

Si usted se refiere a mí, el mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi opinión, ese es el mejor ambiente en que un artista puede trabajar. Goza de una perfecta libertad económica, está libre del temor y del hambre, dispone de un techo sobre su cabeza y no tiene nada que hacer excepto llevar unas pocas cuentas sencillas e ir a pagarle una vez al mes a la policía local. El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como para que el artista no se aburra, si no le importa participar en ella; el trabajo da cierta posición social; no tiene nada que hacer porque la encargada lleva los libros; todas las empleadas de la casa son mujeres, que lo tratarán con respeto y le dirán “señor”. Todos los contrabandistas de licores de la localidad también le dirán “señor”. Y él podrá tutearse con los policías. De modo, pues, que el único ambiente que el artista necesita es toda la paz, toda la soledad y todo el placer que pueda obtener a un precio que no sea demasiado elevado. Un mal ambiente sólo le hará subir la presión sanguínea, al hacerle pasar más tiempo sintiéndose frustrado o indignado. Mi propia experiencia me ha enseñado que los instrumentos que necesito para mi oficio son papel, tabaco, comida y un poco de whisky (William Faulkner, entrevista publicada en la revista Sur de Buenos Aires, no pude averiguar en qué fecha).

Al igual que Faulkner —y a diferencia de Pessoa, que prefería escribir por la noche[1]—, me gusta la escritura mañanera, y no dudo de que los burdeles sean por la mañana tan silenciosos como los cementerios. Pero no tengo amigos dueños de burdeles, por lo que difícilmente conseguiré ese puesto tan conveniente a mis aspiraciones literarias.

11 45 P.M.
Escribió Pessoa, allá por 1913, una novela que quedó trunca y que dio en llamar Marcos Alves. El protagonista es un trastornado cuya imaginación indecente le lleva a interpretar todo comportamiento humano desde el punto de vista sexual. “Su sexualidad le había invadido el cerebro por completo [...]. Se confundía extrañamente con sus ansias de verdad y de certeza”. La tragedia de Marcos Alves es la de tener “nobles ideales, altos y puros”, y saber, al mismo tiempo, que es “torpe y puerco y lleno de corrupciones y horrores de la carne” (AP  381). ¿Pessoa describiéndose a sí mismo? No estoy seguro. De lo que sí estoy seguro es de que, de carambola, terminó describiéndome a mí.


[1] Escribía por la noche porque no podía dormir. “No duermo, ni espero dormir. Ni en la muerte espero dormir”, dice Álvaro de Campos (AP 2358). En esto no nos parecemos: yo duermo como una marsopa. Últimamente estoy escribiendo bastante por la noche, pero no porque no pueda dormir sino porque la necesidad de escribir, y la imposibilidad de hacerlo durante el día, me empuja instintivamente a despertarme durante la madrugada.

lunes, 30 de julio de 2018

Pessoa y la timidez ante las mujeres


Tengo en alto orgullo la timidez.
Fernando Pessoa, Fausto

¿Qué hacen los tímidos con las mujeres, los que sienten el deseo de acostarse con ellas pero carecen de la valentía o de la astucia necesarias para llevar ese deseo a la práctica? Pueden hacer algunas de estas tres cosas: o reprimen el deseo, o se masturban, o contratan los servicios de una prostituta. Pessoa, si les creemos a los muertos o a su subconsciente, eligió masturbarse, y algún biógrafo —aunque el resto de sus biógrafos lo niegue— ha dicho que se lo veía de vez en cuando en los burdeles[1]. En lo que a mí concierne, que soy el más tímido entre los tímidos con el sexo femenino, tuve una etapa de represión del deseo que me duró hasta los dieciocho años, después de la cual me entregué a la masturbación y al sexo homosexual. Lo de los burdeles nunca me atrajo, y en su momento hice una especie de promesa para nunca más pagar por sexo a una mujer. ¿Y por qué llegué a pagar por sexo? Por lo que ya dije, porque soy tímido, porque mi boca se traba y se paraliza cuando estoy frente a ellas. Tal vez a Pessoa le pasaba lo mismo[2].
“¡Jura que me haces un hijo!”, le ordenaba, desde el más allá, el profesor Marnoco e Sousa. Si se lo juró, Pessoa no cumplió con su palabra. O tal vez sí. Los hijos de Pessoa fueron sus libros, sus poemas, hijos de papel ya que no de carne y hueso. Y todo gracias a la timidez. Por ella el esperma, resignado, se derrama entre los dedos o en vaginas onerosas; por ella la cultura se eyacula con mayor presión y baña a todos aquellos que están fértiles.


[1] “Muchos de los amigos del poeta parecían ser asiduos de los prostíbulos del Bairro Alto lisboeta, y no hay motivo para concluir que el escritor no los acompañase en esas aventuras. Francisco Peixoto Bourbon, quien formaba parte de la tertulia en la que participaban António Botto, José de Almada Negreiros y el propio Pessoa, aseveró en su momento que el poeta frecuentaba, según el testimonio de algunas mujeres que trabajaban en el establecimiento, un burdel de la rua do Ferregial” (CT, p. 121).
[2] Sí, le pasaba lo mismo: “… Y como su timidez es grande y nula su convivencia con las mujeres, hombre de café, reducto entonces rigurosamente prohibido al sexo frágil, sin primas o hermanas —la hermana reside en África desde 1907— y, más aún, sin haber conocido ninguna intimidad amorosa con el bello sexo en época alguna de su vida, cuando, por azar, se ve obligado a tratar con señoras, se encierra en su natural mutismo, respondiendo a lo que le preguntan con frases cortas, entre embarazado y sonriente” (JGS, p. 429). Bréchon va para el mismo lado cuando habla del joven Pessoa universitario que tiene “miedo a las chicas” (RB, p. 95).

domingo, 29 de julio de 2018

Pessoa, un nazi en potencia


Domingo 29 de julio; 1:11 A.M.

Cada alemán parece obedecer siempre a una disciplina invisible, y, en realidad, los alemanes no hacen con verdadera soltura y con verdadera espontaneidad nada más que esos movimientos rígidos y uniformes de los militares. Yo hablaba el otro día de la civilización alemana. Aquí no hay civilización. Todo es militarismo.
Julio Camba, Alemania

1914. La Primera Guerra Mundial estalla. Portugal se mantiene neutral, Pessoa no: “Creo que ha llegado la hora de decir alto y claro al pueblo portugués cuál es la verdad portuguesa sobre la guerra. [...] el alma portuguesa debe estar con su hermana, el alma germánica, en la presente guerra” (AP 842). “Para el Portugal presente, oprimido y abatido, como para la Alemania humillada del principio del siglo pasado, lo que puede levantarlos es una tradición de imperio” (AP 851). El gobierno portugués no atiende los argumentos de Pessoa y en 1916 entra en guerra con Alemania.
Visto y considerando la posición que adopta Pessoa en medio de este conflicto, considerando sobre todo el hecho de calificar al alma portuguesa y a la germánica como hermanas, uno está tentado de preguntarse qué actitud habría tomado si hubiese vivido cuatro años más y tuviese que escribir unas líneas sobre la Segunda Guerra Mundial. En tren de especular, yo estoy convencido de que hubiese apoyado (en un principio) a los nazis, aun siendo judío. Y es que Pessoa, como sociólogo, ya hemos visto que dejaba mucho que desear.

4:01 A.M.
El punto culminante del saber humano hay que buscarlo, según Pessoa, en la teosofía. En una carta dirigida a Sá-Carneiro (6/12/1915), dice:

La teosofía me da miedo por su misterio y por su grandeza ocultista [...]. Conozco la esencia del sistema. Me conmovió hasta un punto que hoy creía imposible, pues se trata de un sistema religioso. El carácter extraordinariamente vasto de esta religión-filosofía, la noción de fuerza, dominio, de conocimiento superior y extrahumano que rezuman las obras teosóficas me perturbó mucho. [...] La posibilidad de que allí, en la teosofía, esté la verdad real, me posee (AP 517).

Yo intenté leer hace muchos años un libro de la señora Blavatsky, pero no me fue dado comprenderlo. Tal vez me apresuré y abandoné la teosofía demasiado rápido. Sin embargo confío en mi nariz, la cual me dice, pese a Pessoa, que la verdad real se encuentra bastante lejos de esa disciplina.

4:00 P.M.
Pessoa creía en la astrología, no solo en el sentido de leer los horóscopos sino de confeccionarlos él mismo[1]. Su especialidad eran las cartas natales. Tan en serio se tomaba este pasatiempo que lo consideraba científico y metafísico a la vez:

La astrología es verificable, si alguien se toma el trabajo de verificarla. Por qué las estrellas influyen sobre nosotros es una pregunta difícil de contestar, pero no es una pregunta científica. La pregunta científica es: ¿influyen sobre nosotros o no? La razón por la que eso podría ocurrir es metafísica y no altera el hecho, una vez que descubrimos que es un hecho (EBI, § 55).

Pero este razonamiento está viciado desde su raíz. Supongamos que la pregunta sobre la influencia de los astros sobre la psique humana es afirmativa, como yo también creo que lo es: los astros influyen en nuestro espíritu[2]. De esta afirmación, seca y posiblemente demostrable, de ningún modo se deduce que influyan tal y como dice que influyen la carta natal del individuo. Lo que hay que demostrar, para que la astrología sea considerada una ciencia, no es si los astros nos influyen, sino si nos influyen de acuerdo al día, la hora y el lugar de nuestro nacimiento. Si yo nací a tal hora me influirán de determinada manera, pero si resulta que al doctor se le ocurre mandar a mi madre a caminar, o suministrarle algunas pastillas para acelerar el parto, y nazco antes de lo naturalmente previsto, los astros influirán en mí de otra manera distinta. Esto es lo que, científicamente, parece difícil de corroborar.


[1] Hubo un momento, incluso, “en que pensó abrir un estudio de astrólogo y convertir en medio de vida el ejercicio de sus saberes esotéricos” (Ángel Crespo, Estudios sobre Pessoa, p. 17). Raphael Baldaya, heterónimo poco conocido, publicó en periódicos lisboetas anuncios redactados en inglés proponiendo horóscopos para enviar por correo. Los modelos eran tres: Horóscopo de experiencia (500 reales); horóscopo completo (2500 reales); horóscopo detallado (5000 reales). Pero no consta que tuviese clientes en esa actividad (cf. CF, p. 430).
[2] O para decirlo con propiedad, sin entrar en contradicción con el principio del paralelismo psicofísico: el espíritu de los astros influye en nuestro espíritu.

sábado, 28 de julio de 2018

Pessoa médium


Fernando Pessoa —y ahí radica el sentido de lo perenne de su obra— no cultivaba por casualidad una filosofía religiosa de esencia ocultista; la cultivaba porque había nacido predestinado para eso: había nacido iniciado.
João Gaspar Simões, Vida y obra de Fernando Pessoa [p. 500]

Era Pessoa un individuo esotérico. Se definía como “cristiano gnóstico”. En un artículo escrito alrededor de 1917 relató la Tradición en la que se inscribía y la situó en la historia de las religiones occidentales:

A la par del cristianismo oficial y de sus numerosos misticismos y ascetismos, notamos una corriente que emerge episódicamente y que data de la Gnosis (es decir, de la reunión de la Cábala judía con el neoplatonismo), corriente que tan pronto se manifiesta a través de los caballeros de la Orden de Malta, y después de los templarios[1], como desaparece de la vista, reaparece con los rosacruces para acabar emergiendo plenamente en el seno de la masonería (AP 3932).

Era astrólogo, teósofo, se interesaba por la alquimia y hasta era capaz, o al menos así lo creía él, de comunicarse con los muertos. Y no con cualquier muerto, sino con muertos de valía, algunos también, como él, inclinados al esoterismo. Es el caso de Henry More, metafísico inglés perteneciente a la escuela de los platónicos de Cambridge y a quien mencioné hace poco cuando enumeré a los pensadores que simpatizaban con la teoría pampsiquista. Pues bien, parece que More se le aparecía con bastante frecuencia al Pessoa espiritista (1916 a 1918), no encarnado, sino como una voz o intelecto que le dictaba frases y consejos. Pessoa, una vez constatada la presencia del difunto, tomaba su lápiz y escribía lo que dentro de su cabeza oía, y esto es lo que en el ambiente mediúmnico se llama escritura automática. El que escribe es un simple medio, las frases vienen del otro mundo. Hay que creer o reventar. Pessoa eligió creer; yo estoy un poco entre medio de la creencia y el reviente[2].
Alejandro Dolina dudaba bastante de la posibilidad de que los muertos pudiesen comunicarse con los vivos y su argumento era contundente. Habiendo leído o escuchado los mensajes que, según los médiums, dictaban las personas fallecidas, y teniendo la convicción de que las conciencias, si sobreviven al deceso del cuerpo, tienen por fuerza que aumentar su grado de sabiduría o, como mínimo, no disminuirlo respecto de cuando se paseaban por la tierra, concluía que estas comunicaciones eran falsas, porque las pavadas, las frivolidades y todo lo que no le interesa escuchar a un hombre ávido de verdades metafísicas era lo que justamente decían los supuestos espíritus encarnados. El argumento de Dolina tiene sus fisuras (tal vez los espíritus conozcan verdades metafísicas que nosotros ignoramos y no desean comunicárnoslas, o nos las comunican en un lenguaje codificado), pero si lo aplicamos a las revelaciones que recibía Pessoa de los muertos y particularmente de More, cuadra perfectamente[3]. Una tal Margaret Mansel, por ejemplo, en lugar de revelarle la realidad o irrealidad del libre albedrío humano, o aunque más no sea de la existencia de San Pedro, se empecina en insultar a Pessoa y se mofa de su falta de hombría y de su supuesta inclinación hacia el vicio solitario:

¡Masturbador! ¡Masoquista! ¡Hombre sin virilidad! [...] ¡Hombre sin pene de hombre! ¡Hombre con clítoris en vez de pene! Hombre con moralidad de mujer en relación al casamiento. Gusano. ¡Cuadrúpedo! Gusano brillante.

Y como si hiciera falta, viene en ayuda de Margaret José Ferreira Marnoco e Souza, jurisconsulto, profesor de derecho comercial y alcalde de Coimbra, fallecido en marzo de 1916, el mismo mes en que Pessoa comienza su escritura automática:

¡Tú me enojas! ¡Me enloqueces! En breve verás mi odio. Eres un hombre que se casa consigo mismo. Hombre que se masturba mucho. ¡Jura que me haces un hijo!

Henry More, notable pensador, uno de los más grandes de Inglaterra, de quien se podría esperar algo más nutritivo que los antecitados improperios, va sin embargo por el mismo sendero, aunque su tono es mucho más amigable:

Un hombre que se masturba no es un hombre fuerte, y ningún hombre es hombre si no es un amante. Muchos hombres hacen muchos apareamientos. Es una criatura moral muchas y muchas veces. Es un hombre que se masturba y que sueña con las mujeres a la manera de los masturbadores [...] Decídete a cumplir con tu deber de acuerdo con la Naturaleza, no de una manera tan insana como ahora. Decídete a ir a la cama con la muchacha que va a entrar en tu vida. Decídete a hacerla feliz de un modo sexual [...]. Adios, mi muchacho.

Le profetizaba que conocería en breve a

una muchacha muy sensual, aunque no de temperamento disoluto. La Señora Medeiros es tu mujer. [...] Olga Maria Tavares de Medeiros. Nacida en Sao Miguel el 10 de octubre de 1898 [...]. Nómada de alma y destinada a ser tu amante. No te cases con ella. Hazla feliz sensualmente[4].

Su aversión hacia las mujeres, según More, terminaría por perjudicar su obra artística:

No debes continuar manteniendo la castidad. Eres tan misógino que te encontrarás moralmente impotente, y de esa forma no producirás ninguna obra completa en la literatura. Debes abandonar tu vida monástica y ya. No eres hombre para hacer gran cosa en el mundo si te mantuvieras casto. Ningún temperamento como el tuyo consigue mantener la castidad y la sanidad emocional. Mantener la castidad es para hombres más fuertes y hombres que deben mantenerla debido a defectos físicos. Esto no se aplica a ti.

More estaba obsesionado con que Pessoa dejase descendencia. No solo le achaca su calidad de pajero, sino que intenta alejarlo de la homosexualidad:

Nunca experimentes sexo en hombre. Un hombre es apenas un hombre.

Lo consideraba

un hombre ya monádicamente casado. Casado con Margaret Mansel —no con Margaret Mansel en estado somático, sino con ella en el super-estado monádico (Fernando Pessoa, EEAA, pp. 127, 139, 142, 160 y 163).

¿Qué conclusión podemos extraer de tan excéntricos testimonios?[5]  En principio, que Pessoa no era como Bernardo Soares. Ya he citado a Soares afirmando que no había en él sensualidad, ni carnal ni mental. Pessoa, en cambio, vivía el sexo de muy diferente manera, y si no se acostaba con mujeres —o con hombres— no era porque le faltaran ganas, sino en todo caso confianza. Y finalmente, el dato que a mí más me interesa: su manía masturbatoria. Nunca lo dijo en su diario, ni tampoco ninguno de sus heterónimos habló de prácticas de ese tipo[6], pero su subconsciente, me parece, lo delató a través de estas escrituras automáticas que seguramente no pensaba publicar. Declarar hoy en día que uno es un masturbador inveterado no es gran cosa, porque la gente ya se desacartonó y quedan pocos que puedan escandalizarse con una confesión así; pero a principios del siglo XX admitir esto era exponerse a la burla o a la indignación generalizada, si no es que al encierro, y Pessoa no era un santo que, como Francisco, buscara exprofeso el ridículo para mejor humillarse ante Dios. Le habría dolido que se corriera la voz. La voz se corrió, pero como se corrió después de su muerte no se sintió ridículo delante de su familia o de sus amigos lisboetas. Solo se sintió ridículo ante tres o cuatro muertos, y como los muertos tienen la virtud de la discreción…[7]
Me alegró mucho el hecho de saber o sospechar que Pessoa se masturbaba con bastante frecuencia. Rousseau se masturbaba y fue un escritor genial. Pessoa se masturbaba y fue un escritor genial. Yo también me masturbo, y creo que me masturbo el doble de lo que se masturbaban Pessoa y Rousseau juntos. Si hay una relación de causa-efecto entre la práctica masturbatoria y la belleza o la profundidad literarias, estoy salvado[8].


[1] Los templarios eran su debilidad, en especial el último Gran Maestre de la Orden del Temple: "El suplicio físico de Jacques de Molay —escribe— desencadenó sobre la Iglesia fuerzas mágicas [...]. Toda la civilización moderna, desde la Reforma hasta nuestros días, en su oposición a la Iglesia y en su empeño por mancillarla, es la venganza de Jacques de Molay. La hoguera en la que fue quemado el gran maestre de los templarios fue el fuego que avivó el incendio en el que ardemos actualmente" (AP 486).
[2] Véase mi libro quinto, ritma 21, "Crookes", en donde fijo posición en este sentido.
[3] Es significativo el hecho de que en buena parte de estos textos psicografiados aparezcan tachaduras. Si el texto lo dicta un muerto y no Pessoa, ¿por qué tachar? ¿El muerto se arrepiente de lo que dice y le pide a Pessoa que lo tache? La única explicación verosímil, si continuamos creyendo en los poderes mediúmnicos de Pessoa, sería la de que este consideró demasiado escandalosas algunas de las revelaciones y las tachó por temor a la humillación.
[4] El dato curioso es que esta mujer existió realmente, solo que nació cuatro antes de lo que decía el espíritu de More, el 25 de septiembre de 1894, en esa misma Sao Miguel. Y no se cruzó nunca en el camino de Pessoa (cf. CF, p. 152, nota 106).
[5] Cavalcanti Filho no puede creer que tales oraciones hayan sido dictadas por los muertos: "Los textos de los espíritus, que por su mano escribían, de ningún modo sugieren preocupaciones propias de verdaderos espíritus. Es irrazonable imaginar que viniesen del asiento etéreo al cual habían subido para decir frases como esas" (José Paulo Cavalcanti Filho, O Perfeito não se Manifesta”, artículo disponible en internet).
[6] Bernardo Soares se muestra inflexible: “El onanista es abyecto” (LDD, § 130).
[7] Otro que sospechaba en Pessoa cierta frecuencia masturbatoria fue su biógrafo francés: “En toda su obra no se encuentra la menor mención a un deseo compartido, a una auténtica unión de los cuerpos. El amor físico solo puede ser vivido como fantasma, y el único camino posible al acto es la masturbación” (RB, p. 128).
[8] Respecto de los poderes mediúmnicos de Pessoa, después de 1916 comenzaron a declinar rápidamente hasta desaparecer por completo. Por algún motivo había llegado a la conclusión de que la mediumnidad disminuye las capacidades intelectuales, idea que lo incitó a olvidar estas prácticas (cf. CF, p. 568).

viernes, 27 de julio de 2018

A Pessoa no lo quiere nadie


Cambia por vino el amor que no tendrás.
Fernando Pessoa, poema sin título, 30/11/1933

El vicio que lo llevó a la tumba lo adquirió Pessoa gracias al concurso del general Henrique Rosa, hermano de su padrastro. Con apenas diecisiete años se acostumbró a comer frecuentemente con su tío “en restaurantes o tascas, durante horas, todo regado con mucho vino. El general muere en la Quinta do Marecháis, en 1925. Pessoa viviría aún diez años más, bebiendo por él, por el general y por todos los poetas del mundo” (CF, p. 189).
Yo también tengo un tío medio alumbrado, el tío Coco, hermano de mi madre (su verdadero nombre es Saturnino Rodríguez). Siempre fue de buen tomar, pero yo no le seguía el tren. Solo en tres o cuatro ocasiones fui a cenar a su departamento y me emborraché bastante, aunque no lo suficiente porque mi tía Margarita estaba presente y no quería yo pasar papelones ante ella.
Todos tenemos, si no un tío, algún pariente o amigo borracho que nos incita a beber a su ritmo. Yo zafé de su influencia; no así Pessoa, que pagó muy cara su confraternización con aquel bohemio personaje.
Pero mi tío coco aún vive, con sus setenta y pico de años a cuestas, lo que indica que pese a su pasión por los buenos vinos no ha sido un dipsómano a lo Pessoa[1].

10:34 p.m.
Bebedor como mi tío y fumador como la hermana de mi tío. “Una jícara de café; un tabaco que se fuma y cuyo aroma nos atraviesa, los ojos casi cerrados en un cuarto en penumbra... no quiero más de la vida que mis sueños y esto” (Bernardo Soares, LDD, § 325). Lo mismo Álvaro de Campos: “Nunca hice otra cosa que fumar la vida” (AP 2456). “Son 80 por día, [...] intercalados con algunas tazas de café [...] bebe mucho café durante el día, así sería siempre” (CF, pp. 111-2). Mi madre fumaba, diariamente, unos cuarenta, también acompañados de abundante café. Yo ya no fumo, gracias a la promesa que a ella le hice (ver mi ritma 46), y café tomo poco y nada.
El 11/12/1931 le escribe a Gaspar Simões:

Nunca se me había ocurrido [...] que el tabaco (añadiré «y el alcohol») fuera una traslación del onanismo. Después de lo que leí en este sentido, en un breve estudio de un psicoanalista, comprobé inmediatamente que, de los cinco ejemplos de perfectos onanistas que he conocido, cuatro no fumaban ni bebían (AP 2987).

Pessoa insinúa en esta carta que, como fuma y bebe en cantidades industriales, queda demostrado, psicoanálisis mediante, que no se masturba. ¿Conviene creerle? Mañana veremos que no.

11:29 p.m.
“Nadie puede y nadie debe vivir sin amor”, dice Fito Páez. Sin embargo, alguien rompió la regla: “Amado, realmente, Fernando Pessoa nunca lo había sido en vida —ni siquiera por su propia madre, su único amor— (JGS, p. 501).  “He comprendido —dice Bernardo Soares— que era imposible que alguien me amase, a no ser que le faltase todo el sentido estético y entonces yo lo despreciaría por ello” (Libro del desasosiego, § 232, “Diario lúcido”). Era como el Mercenario Joe, “no te quiere ni tu padre ni tu madre”. No es extraño, ante tanta carencia de ternura, que bebiera como una esponja y fumara como un escuerzo[2].


[1] Una leyenda dice que al exhumar el cuerpo de Pessoa en 1985 para trasladarlo al Monasterios de los Jerónimos, las personas encargadas de la tarea quedaron atónitas al abrir el ataúd y ver intacto el cuerpo del poeta, lo mismo que su vestimenta (cf. el diario ABC de Madrid, edición del 29/11/1991, p. 48: “Polémica en Portugal al descubrirse que la tumba oficial de Pessoa está vacía”). Mário Soares, primer ministro de Portugal al momento de la exhumación, afirmó que no se trata de una leyenda sino de un hecho realmente acaecido (cf. CF, p. 699). Si esto fue así, podríamos especular, humorísticamente, que lo que lo mantuvo incorrupto durante cincuenta años fueron los vahos etílicos que llevaba encima…
[2] Lo de beber como una esponja es corroborado por Luís Pedro Moitinho de Almeida, hijo del principal socio de una de las empresas con las que Pessoa colaboraba: “Muchas veces asistí a escenas como esta: el «Sr. Pessoa», que estaba trabajando, por lo general, con la máquina de escribir, como quiera que no se hallaba sometido a control del tiempo que dedicaba a ello, se levantaba, cogía el sombrero, ponía en su sitio las gafas y decía con aire solemne: «Voy al Abel». […] Fernando Pessoa acudía a la bodega más próxima de la casa Abel Pereira da Fonseca, en la rua dos Correeiros, para tomar unas copas de aguardiente […]. En un único día fueron tantas las idas y venidas «al Abel» que me permití decirle al «Señor Pessoa», en uno de sus regresos a la oficina: «¡El Señor aguanta como una esponja!». A lo que él, inmediatamente, respondió, con la ironía y la gracia habituales, y con el sentido del humor que le había quedado de la educación británica: «¿Como una esponja? Como una tienda de esponjas, con almacén anexo»” (citado en CT, p. 96).

jueves, 26 de julio de 2018

Pessoa y la ley seca


No falte trigo para simiente,
remedio para el doliente
¡ni vino para la gente!

No falte caridad a quien debe,
derecho a quien encueve
¡ni vino a quien bebe!

Hay tres cosas que Dios ha prohibido:
el hambre, el frío,
¡y el vaso vacío!
Fernando Pessoa, “Báquica medieval”

En 1926, a seis años de establecida la ley seca en los Estados Unidos, Pessoa levanta su voz de protesta por considerarla benéfica solo para los gánsteres y para los funcionarios estatales corruptos y perjudicial para el comerciante honrado y para el público bebedor, que siempre se las arreglará para seguir bebiendo.

 Hay todavía los casos, trágicamente numerosos, de alcohólicos que, no pudiendo obtener bebidas alcohólicas normales, pasaron a ingerir espantosos sucedáneos —lociones para el cabello, por ejemplo—, con resultados poco moralizadores para la propia salud. También surgieron en el mercado americano varias drogas no alcohólicas, pero aún más perjudiciales que el alcohol; estas se venden libremente, porque si bien arruinan la salud, la arruinan sin embargo adentro de la ley (AP 101).

En 1933 se revoca esta ley. Para ese entonces Pessoa ya era un alcohólico crónico, y poco después comenzó a padecer alucinaciones, temblores y desmayos, síntomas que presagiaban el ingreso de su mente al territorio del delirium tremens. Días antes de su fallecimiento describe sus experiencias en este poema que tituló “D. T.”:

El otro día, en efecto,
golpeando mi zapato en la pared
maté un ciempiés
que no estaba allí en absoluto.
¿Cómo puede ser?
Es muy simple, ya ves…
Es solo el comienzo del D. T.

Cuando el cocodrilo rosa
y el tigre sin cabeza
empiezan a crecer
y a exigir ser alimentados,
como no tengo zapatos
aptos para matarlos,
pienso que debo empezar a pensar:
¿debo dejar de beber?

[...]

Cuando vengan los ciempiés
No habrá problemas.
Los puedo ver bien.
Incluso duplicados.
Los veré en casa
con mi zapato,
y cuando todos se vayan al infierno,
iré también.

Entonces, como un todo,
estaré verdaderamente feliz,
porque con un zapato
real y verdadero,
mataré al verdadero ciempiés:
¡mi alma perdida!…
(AP 1378)

Yo no soy adepto a las prohibiciones, pero si me pongo a pensar en su triste y solitario final, tal vez le habría venido bien a Pessoa que Portugal se hubiese unido a los Estados Unidos en aquel utópico intento por eliminar la trágica y divertida costumbre que muchos tenemos de achisparnos con el alcohol.

miércoles, 25 de julio de 2018

El alcoholismo de Pessoa


El mal se había implantado hondo en su naturaleza corroída. Algunos amigos ya lo habían encontrado, a deshoras, ebrio y sucio. Bebía, bebía, bebía para asfixiarse.
João Gaspar Simões, Vida y obra de Fernando Pessoa

Preguntadle al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj,
a todo lo que huye, a todo lo que rueda,
a todo lo que murmura, a todo lo que habla,
preguntadle qué hora es,
y el viento y la ola y la estrella y el pájaro y el reloj os dirán:
¡¡La hora de embriagarse!!
Para no ser los martirizados esclavos del tiempo
embriagaos sin cesar.
Con vino, con poesía o con virtud,
como gustéis.
Charles Baudelaire,Enivrez-vous!”

Pessoa, habiendo sido un alcohólico implacable[1], no era un borracho. Alcohólico es el que no puede dejar de beber; borracho es el que, después de beber, sale de la taberna caminando en zigzag y vociferando incoherencias.

Pessoa bebía [...] pero siempre mantenía la compostura. Recojamos […] las palabras de la medio hermana: «Nunca lo vimos bebido, ni alterado o excitado por la bebida; pero que le gustaba beber, eso es otra cosa» […]. «Aguantaba muy bien la bebida. Pero eso nunca constituyó un problema, excepto para su salud». Freitas da Costa vuelve sobre el mismo argumento: «Quienes más de cerca y más frecuentemente trataban con él nunca vieron a Fernando Pessoa borracho», no sin mencionar a continuación la resistencia a los efectos del alcohol que el poeta era capaz de mostrar (CT, p. 95).

Sin embargo aquel poeta que era todo compostura, todo recato, y que daba cualquier cosa por pasar desapercibido, terminó su vida, si hemos de creerle a su primer biógrafo, bastante desalineado:

En su rostro, en el que la piel se entumecía, la nariz, gruesa, ganaba tonos entre el rojo y el violeta, color dudoso de la nariz de los alcohólicos. El labio, debajo del bigote a la americana, con hilos entrecanos, caía grueso y fláccido. Se había hecho un punto vulgar, reflejando la atmósfera de las tabernas en las que entraba para cargar el estómago con su bebida predilecta: el aguardiente. Después, los trajes arrugados, los pantalones cortos, los brazos huyendo de las mangas y el sombrero aplastado sobre una cabeza que siempre caía sobre la derecha deshacían la antigua dignidad y le daban un aire de ‘vagabundo y mendigo’ (João Gaspar Simões, Vida y obra de Fernando Pessoa[2], p. 493).

Si una hipotética máquina del tiempo me trasladara a la Lisboa de Pessoa, hacia mediados de 1935, y me lo cruzara a este en esas condiciones tan pintorescas, no me molestaría yo en absoluto con el poeta. Pero no es ese el problema: el problema es que él mismo, de percibir que alguien lo percibía en ese estado, se hubiese sentido pésimo. El alcohol, lo mismo que en general cualquier vicio, cuando lo llevamos al extremo nos vuelve irreconocibles, y no tanto irreconocibles para los otros sino para el propio vicioso. Aun tambaleándose yo lo hubiese reconocido; pero Pessoa mismo, el rey del bajo perfil, el rey de la pulcritud en la vestimenta, en ese estado y con ese grado de exposición, habría jurado algo que por otra parte no le resultaba difícil de imaginar: ser otra persona.


[1] Consumía, en promedio, una botella de vino en el almuerzo y otra en la cena, seis copas de aguardiente a lo largo del día y una pequeña botella (garrafa) de esa misma bebida durante la noche (cf. CF, p. 740).
[2] De aquí en adelante, este libro será citado como JGS.