Tenía Pessoa una idea muy curiosa, la
de que la sociología, por muy concienzudos que fueran su aprendizaje y su
enseñanza, no puede influir en la gente y por lo tanto es inútil. Resumo su
punto de vista:
El público no quiere la verdad, sino la mentira que más le agrade. Agreguemos que la verdad —en todo, y mayormente en cosas sociales— es siempre compleja. Ahora, el público no comprende ideas complejas. Es necesario darle sólo ideas simples, generalidades vagas, esto es, mentiras, aunque partiendo de verdades [...].
El público movido íntimamente por sentimientos
y no por ideas, es orgánicamente parcial. [...] Entre nosotros por ejemplo, y
en la mayoría de los pueblos del sur de Europa, o se es católico, o se es
anticatólico, o se es indiferente al catolicismo. Si yo, por tanto, hiciere un
estudio sobre el catolicismo, donde forzosamente tendría que hablar mal y bien,
y apuntar las ventajas mezcladas con las desventajas, que indicar defectos aliviados
por virtudes, ¿qué me sucedería? No me escucharían los católicos, que no
aceptarían que yo dijese alguna cosa mala del catolicismo. No me escucharían
los anticatólicos, que no aceptarían que yo les dijese lo bueno. No me
escucharían los indiferentes, para quienes todo el asunto no pasaría de ser una
lata ilegible. Así resultaría inútil ese mi estudio, por cuidado y escrupuloso
que fuese [...]. Sería cuando mucho apreciado por uno u otro individuo de
índole semejante a la mía, racionalista sin tradiciones ni ideales, analizador
sin preconceptos, liberal porque liberto y no siervo de la idea inaplicada de
la libertad. A ése, sin embargo, ¿qué habría de enseñarle? Cuando mucho,
ciertas cosas particulares del catolicismo en la hipótesis que me sirvió de ejemplo,
y en el caso de que le sea ajeno el asunto. Y si a él, escrutador cultural como
yo, el asunto le resulta ajeno, es que nunca le interesó; si nunca le interesó
¿para qué va a leer lo que escribí sobre eso?
De aquí
parece que debe concluirse que un estudio razonado, imparcial, científicamente
conducido, de cualquier asunto es un trabajo socialmente inútil. Así de hecho
lo es. Es, cuando mucho, una obra de arte, y nada más.
[...]
Si la obra
de investigación, en materia social, es por tanto socialmente inútil, salvo
como arte y en lo que contuviera de arte, más vale emplear lo que en nosotros
haya de esfuerzo en hacer arte, que en hacer medio-arte (EEAA, pp. 99-100).
¿Es
esta reflexión parte de una ironía, de un juego de palabras a los que Pessoa
solía entregarse, o es algo serio y pensado detenidamente? No lo sabemos.
Ahora
veamos algunas de sus opiniones respecto de la esclavitud, un tema, desde
luego, sociológico y que no admite ironías.
En
un artículo suyo de 1916, titulado “La opinión pública”, compara la democracia
griega y la moderna y se queda con la griega por constituir un sistema
“vacunado” contra gran número de enfermedades sociales debido a “la doble base
de la esclavitud y de la aristocracia” (AP
2900). Diez años después, en un artículo publicado en la Revista de
Comercio y Contabilidad de Lisboa, ratifica su pensamiento y lo profundiza:
La
vieja afirmación de Aristóteles [...] de que la esclavitud es uno de los
fundamentos de la vida social, puede decirse que todavía está vigente. Y
aún está vigente porque no hay con qué tumbarla. [...]
Es evidente que cuanto más interviene el Estado en la vida
espontánea de la sociedad, más riesgo hay de que la esté perjudicando; más
riesgo hay [...] de estar entrando en conflicto con leyes naturales, con leyes
fundamentales de la vida, que, como nadie las conoce, nadie tiene la certeza de
no estar violando. Y la violación de las leyes naturales tiene sanciones
automáticas a las que nadie tiene el poder de esquivar. Pretendiendo
corregir la Naturaleza, pretendemos realmente sustituirla, lo que es imposible
y acarrea nuestro propio aniquilamiento y en el de nuestro esfuerzo (AP 2397).
También
desde una “Introducción al problema nacional”, insiste en que
la esclavitud es lógica y legítima; un
zulú o un landim no representan nada útil en este mundo. Civilizarlo, ya sea
religiosamente, o de otra forma cualquiera, es querer darle aquello que no
puede tener. Lo legítimo es obligarlo, visto que no es gente, a servir a los
fines de la civilización. Esclavizarlo es lo más lógico. El degenerado concepto
igualitario, con el que el cristianismo envenenó nuestros conceptos sociales,
perjudicó, sin embargo, esta actitud lógica (AP 1013).
Por
último, la opinión de Bernardo Soares, el heterónimo más ortónimo:
La esclavitud es la ley de la vida, y
no hay otra ley, porque esta tiene que cumplirse, sin insurrección posible ni
refugio que encontrar. Unos nacen esclavos, otros se vuelven esclavos, y a
otros les es dada la esclavitud (LDD, § 64, 20/6/1931).
Tenemos
entonces a un pensador —porque aquí estamos hablando del pensador Pessoa, no
del Pessoa poeta— que alega que la sociología no sirve para fines persuasivos,
lo cual no le impide afirmar a diestra y siniestra que la esclavitud es lógica
y legítima. Y tal vez no sean contradictorias estas dos posturas, porque
podemos imaginar que sus dichos en favor de la esclavitud moderna son simples
juicios de valor o constataciones de hechos, sin fines propagandísticos. Acepto
esto para salvar la incoherencia, pero al mismo tiempo afirmo que me alegra
sobremanera que Pessoa, seguramente por designio de los dioses paganos que a
veces adoraba, dedicara sus mayores esfuerzos al arte y no a la sociología.
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