¡Qué sé yo! ¡Qué sé yo! ¡Hay tanta gente en
mí!
Tanto ímpetu perdido y contradicho.
Soy a mi propio ser tan poco afín
que quizá la mayor tortura fuese
aceptarme y verme atado afligido,
incapaz del último acto.
Fernando Pessoa,
sin título, 1919
Fernando Pessoa el sofista: “No tengo
principios. Hoy defiendo una cosa, mañana otra. Pero no creo en lo que defiendo
hoy, ni mañana tendré fe en lo que defenderé” (EEAA, p. 77). Se le perdona el
exabrupto por ser poeta[1].
Una cosa es dudar de todo y otra muy distinta carecer de principios. Un
pensador que carece de principios y que defiende ideas al mejor postor, más que
pensador, es abogado.
Pero claro, ¡ahora caigo! Esto lo dijo
un día. Al otro día, seguramente dijo que sus principios eran inquebrantables.
“Jugar con las ideas y con los sentimientos me parece siempre el destino
supremamente bello”. Yo también juego con las ideas, pero hay formas y formas
de jugar. Las ideas son como las olas del mar para el veraneante: podemos
refrescarnos con ellas, y hasta entretenernos, pero siempre hay que respetarlas
y nunca desafiarlas. Jugando así, Pessoa bien pudo terminar ahogado[2].
[1] “Soy un poeta
animado por la filosofía, no un filósofo con facultades poéticas” (AP 2207).
[2] En otra parte agrega un nuevo dato que
explica un poco mejor esta inconstancia en sus opiniones: “Excepto en los temas
intelectuales, en los cuales he llegado a conclusiones que considero seguras,
cambio de parecer diez veces al día; solo tengo el espíritu asentado para las
cosas que no producen emoción” (Escritos
sobre genio y locura, p. 371).
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