Evidentemente no sentía Pessoa
simpatía por la figura de Jesús. Lo consideraba “un degenerado [...] asexual”
que “era incapaz de una reflexión sana” (Escritos
sobre genio y locura[1],
p. 15). Pero ¿a qué se referirá Pessoa cuando habla de una reflexión sana? ¿Son documentos suficientes los
Evangelios como para descubrir a través de ellos la capacidad reflexiva de
Jesús? A la primera pregunta respondo que no sé; a la segunda, respondo que
probablemente sí. Yo creo que los Evangelios, y muy en especial el sermón de la
montaña, son suficientes para entrever la capacidad reflexiva de Jesús, la cual
me parece —y es un término que juzgo particularmente preciso para caracterizar
esa capacidad y esa filosofía— de una sanidad palmaria.
Se pregunta
también Pessoa si Jesús fue dios u hombre, y se responde lo segundo. “Si fue un
hombre —continúa—, fue un hombre anormal”. Los hombres anormales pueden ser de
tres clases: genios, locos o criminales. “No fue un genio ni un criminal”,
ergo, Jesús fue un loco. “¡Hombres de Occidente, por veinte siglos habéis
adorado a un loco!” (ibíd., pp. 201 a 203). Yo coincido con Pessoa en que Jesús
fue un hombre y solo un hombre, y también coincido en que fue un hombre
anormal, pero no fue un loco sino un genio. Y lo que Pessoa considera la
patentización cabal y certera de su desvarío, su ética (“su sistema de valores
es igualmente anormal, muy anormal”, p. 205), es la patentización de su
genialidad. La ética de Jesús es anormal, ciertamente, pero anormal por genial,
no por insensata.
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