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viernes, 27 de julio de 2018

A Pessoa no lo quiere nadie


Cambia por vino el amor que no tendrás.
Fernando Pessoa, poema sin título, 30/11/1933

El vicio que lo llevó a la tumba lo adquirió Pessoa gracias al concurso del general Henrique Rosa, hermano de su padrastro. Con apenas diecisiete años se acostumbró a comer frecuentemente con su tío “en restaurantes o tascas, durante horas, todo regado con mucho vino. El general muere en la Quinta do Marecháis, en 1925. Pessoa viviría aún diez años más, bebiendo por él, por el general y por todos los poetas del mundo” (CF, p. 189).
Yo también tengo un tío medio alumbrado, el tío Coco, hermano de mi madre (su verdadero nombre es Saturnino Rodríguez). Siempre fue de buen tomar, pero yo no le seguía el tren. Solo en tres o cuatro ocasiones fui a cenar a su departamento y me emborraché bastante, aunque no lo suficiente porque mi tía Margarita estaba presente y no quería yo pasar papelones ante ella.
Todos tenemos, si no un tío, algún pariente o amigo borracho que nos incita a beber a su ritmo. Yo zafé de su influencia; no así Pessoa, que pagó muy cara su confraternización con aquel bohemio personaje.
Pero mi tío coco aún vive, con sus setenta y pico de años a cuestas, lo que indica que pese a su pasión por los buenos vinos no ha sido un dipsómano a lo Pessoa[1].

10:34 p.m.
Bebedor como mi tío y fumador como la hermana de mi tío. “Una jícara de café; un tabaco que se fuma y cuyo aroma nos atraviesa, los ojos casi cerrados en un cuarto en penumbra... no quiero más de la vida que mis sueños y esto” (Bernardo Soares, LDD, § 325). Lo mismo Álvaro de Campos: “Nunca hice otra cosa que fumar la vida” (AP 2456). “Son 80 por día, [...] intercalados con algunas tazas de café [...] bebe mucho café durante el día, así sería siempre” (CF, pp. 111-2). Mi madre fumaba, diariamente, unos cuarenta, también acompañados de abundante café. Yo ya no fumo, gracias a la promesa que a ella le hice (ver mi ritma 46), y café tomo poco y nada.
El 11/12/1931 le escribe a Gaspar Simões:

Nunca se me había ocurrido [...] que el tabaco (añadiré «y el alcohol») fuera una traslación del onanismo. Después de lo que leí en este sentido, en un breve estudio de un psicoanalista, comprobé inmediatamente que, de los cinco ejemplos de perfectos onanistas que he conocido, cuatro no fumaban ni bebían (AP 2987).

Pessoa insinúa en esta carta que, como fuma y bebe en cantidades industriales, queda demostrado, psicoanálisis mediante, que no se masturba. ¿Conviene creerle? Mañana veremos que no.

11:29 p.m.
“Nadie puede y nadie debe vivir sin amor”, dice Fito Páez. Sin embargo, alguien rompió la regla: “Amado, realmente, Fernando Pessoa nunca lo había sido en vida —ni siquiera por su propia madre, su único amor— (JGS, p. 501).  “He comprendido —dice Bernardo Soares— que era imposible que alguien me amase, a no ser que le faltase todo el sentido estético y entonces yo lo despreciaría por ello” (Libro del desasosiego, § 232, “Diario lúcido”). Era como el Mercenario Joe, “no te quiere ni tu padre ni tu madre”. No es extraño, ante tanta carencia de ternura, que bebiera como una esponja y fumara como un escuerzo[2].


[1] Una leyenda dice que al exhumar el cuerpo de Pessoa en 1985 para trasladarlo al Monasterios de los Jerónimos, las personas encargadas de la tarea quedaron atónitas al abrir el ataúd y ver intacto el cuerpo del poeta, lo mismo que su vestimenta (cf. el diario ABC de Madrid, edición del 29/11/1991, p. 48: “Polémica en Portugal al descubrirse que la tumba oficial de Pessoa está vacía”). Mário Soares, primer ministro de Portugal al momento de la exhumación, afirmó que no se trata de una leyenda sino de un hecho realmente acaecido (cf. CF, p. 699). Si esto fue así, podríamos especular, humorísticamente, que lo que lo mantuvo incorrupto durante cincuenta años fueron los vahos etílicos que llevaba encima…
[2] Lo de beber como una esponja es corroborado por Luís Pedro Moitinho de Almeida, hijo del principal socio de una de las empresas con las que Pessoa colaboraba: “Muchas veces asistí a escenas como esta: el «Sr. Pessoa», que estaba trabajando, por lo general, con la máquina de escribir, como quiera que no se hallaba sometido a control del tiempo que dedicaba a ello, se levantaba, cogía el sombrero, ponía en su sitio las gafas y decía con aire solemne: «Voy al Abel». […] Fernando Pessoa acudía a la bodega más próxima de la casa Abel Pereira da Fonseca, en la rua dos Correeiros, para tomar unas copas de aguardiente […]. En un único día fueron tantas las idas y venidas «al Abel» que me permití decirle al «Señor Pessoa», en uno de sus regresos a la oficina: «¡El Señor aguanta como una esponja!». A lo que él, inmediatamente, respondió, con la ironía y la gracia habituales, y con el sentido del humor que le había quedado de la educación británica: «¿Como una esponja? Como una tienda de esponjas, con almacén anexo»” (citado en CT, p. 96).

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