Cambia por
vino el amor que no tendrás.
Fernando Pessoa, poema sin título, 30/11/1933
El
vicio que lo llevó a la tumba lo adquirió Pessoa gracias al concurso del
general Henrique Rosa, hermano de su padrastro. Con apenas diecisiete años se
acostumbró a comer frecuentemente con su tío “en restaurantes o tascas, durante
horas, todo regado con mucho vino. El general muere en la Quinta do Marecháis,
en 1925. Pessoa viviría aún diez años más, bebiendo por él, por el general y
por todos los poetas del mundo” (CF,
p. 189).
Yo
también tengo un tío medio alumbrado, el tío Coco, hermano de mi madre (su
verdadero nombre es Saturnino Rodríguez). Siempre fue de buen tomar, pero yo no
le seguía el tren. Solo en tres o cuatro ocasiones fui a cenar a su
departamento y me emborraché bastante, aunque no lo suficiente porque mi tía
Margarita estaba presente y no quería yo pasar papelones ante ella.
Todos
tenemos, si no un tío, algún pariente o amigo borracho que nos incita a beber a
su ritmo. Yo zafé de su influencia; no así Pessoa, que pagó muy cara su
confraternización con aquel bohemio personaje.
Pero
mi tío coco aún vive, con sus setenta y pico de años a cuestas, lo que indica
que pese a su pasión por los buenos vinos no ha sido un dipsómano a lo Pessoa[1].
10:34
p.m.
Bebedor como mi
tío y fumador como la hermana de mi tío. “Una jícara de café; un tabaco que se
fuma y cuyo aroma nos atraviesa, los ojos casi cerrados en un cuarto en
penumbra... no quiero más de la vida que mis sueños y esto” (Bernardo Soares, LDD, § 325). Lo mismo Álvaro de Campos:
“Nunca hice otra cosa que fumar la vida” (AP
2456). “Son 80 por día, [...] intercalados con algunas tazas de café [...] bebe
mucho café durante el día, así sería siempre” (CF, pp. 111-2). Mi madre fumaba, diariamente, unos cuarenta,
también acompañados de abundante café. Yo ya no fumo, gracias a la promesa que a
ella le hice (ver mi ritma 46), y café tomo poco y nada.
El 11/12/1931 le
escribe a Gaspar Simões:
Nunca
se me había ocurrido [...] que el tabaco (añadiré «y el alcohol») fuera una
traslación del onanismo. Después de lo que leí en este sentido, en un
breve estudio de un psicoanalista, comprobé inmediatamente que, de los cinco
ejemplos de perfectos onanistas que he conocido, cuatro no fumaban ni bebían (AP 2987).
Pessoa insinúa en esta
carta que, como fuma y bebe en cantidades industriales, queda demostrado,
psicoanálisis mediante, que no se masturba. ¿Conviene creerle? Mañana veremos
que no.
11:29 p.m.
“Nadie puede y nadie
debe vivir sin amor”, dice Fito Páez. Sin embargo, alguien
rompió la regla: “Amado, realmente, Fernando Pessoa nunca lo había sido en vida
—ni siquiera por su propia madre, su único amor— (JGS, p. 501). “He comprendido —dice Bernardo
Soares— que era imposible que alguien me amase, a no ser que le faltase todo el
sentido estético y entonces yo lo despreciaría por ello” (Libro del desasosiego, § 232, “Diario lúcido”). Era como el
Mercenario Joe, “no te quiere ni tu padre ni tu madre”. No
es extraño, ante tanta carencia de ternura, que bebiera como una esponja y
fumara como un escuerzo[2].
[1] Una leyenda dice
que al exhumar el cuerpo de Pessoa en 1985 para trasladarlo al Monasterios de
los Jerónimos, las personas encargadas de la tarea quedaron atónitas al abrir
el ataúd y ver intacto el cuerpo del poeta, lo mismo que su vestimenta (cf. el
diario ABC de Madrid, edición del
29/11/1991, p. 48: “Polémica en Portugal al descubrirse que la tumba oficial de
Pessoa está vacía”). Mário
Soares, primer ministro de Portugal al momento de la exhumación, afirmó que no
se trata de una leyenda sino de un hecho realmente acaecido (cf. CF, p. 699). Si esto fue así, podríamos especular, humorísticamente, que
lo que lo mantuvo incorrupto durante cincuenta años fueron los vahos etílicos
que llevaba encima…
[2] Lo de beber como
una esponja es corroborado por Luís Pedro Moitinho de Almeida, hijo del
principal socio de una de las empresas con las que Pessoa colaboraba: “Muchas
veces asistí a escenas como esta: el «Sr. Pessoa», que estaba trabajando, por
lo general, con la máquina de escribir, como quiera que no se hallaba sometido
a control del tiempo que dedicaba a ello, se levantaba, cogía el sombrero,
ponía en su sitio las gafas y decía con aire solemne: «Voy al Abel». […]
Fernando Pessoa acudía a la bodega más próxima de la casa Abel Pereira da
Fonseca, en la rua dos Correeiros, para tomar unas copas de aguardiente […]. En
un único día fueron tantas las idas y venidas «al Abel» que me permití decirle
al «Señor Pessoa», en uno de sus regresos a la oficina: «¡El Señor aguanta como
una esponja!». A lo que él, inmediatamente, respondió, con la ironía y la
gracia habituales, y con el sentido del humor que le había quedado de la
educación británica: «¿Como una esponja? Como una tienda de esponjas, con
almacén anexo»” (citado en CT, p.
96).
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