Yo nunca tuve
novia real… nunca supe cómo se amaba… Apenas supe cómo se soñaba amar.
Fernando
Pessoa, EEAA
[p. 74]
“La sensualidad real carece para mí de
cualquier interés —ni siquiera mental u onírico”, afirma Bernardo Soares (LDD, §
259). A mí me sucede todo lo contrario. Tenía la esperanza —a veces el temor—
de que tales intereses fuesen decayendo conforme me acerco a la vejez, pero
hete aquí que ya estoy a las puertas de los cincuenta y nada se calma. Mis
inclinaciones libertinas me emparientan no con Soares sino con un contemporáneo
suyo, talentoso escritor también, aunque más talentoso como pensador que como
escritor, Max Scheler. Scheler es la prueba de que una sensualidad desbordante
no es obstáculo infranqueable a la hora de pensar con altura y de escribir lo
que pensamos. Pero la condición ideal siempre será, para el escritor, la
frigidez, el rechazo hacia lo voluptuoso. En ese sentido, Bernardo Soares corría
con ventaja[1].
[1] Sin embargo no era tan verdadera la ausencia
de fuego amoroso en Bernardo Soares. En el § 212 de su libro se lee: “Me ha
perseguido, como un ente maligno, el destino de no poder desear sin saber que
tendré que no tener. Si un momento veo en la calle un rostro núbil de muchacha
y, aunque sea indiferentemente, disfruto de un momento de suponer lo que pasaría
si fuese mío, es siempre cierto que, a diez pasos de mi sueño, esa muchacha
encuentra a un hombre que veo que es su marido o su amante”. Desear una
muchacha núbil sin que nuestro espíritu destile deseo sexual es prácticamente
imposible. Soares no era de piedra.
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