Querido Max, mi último deseo: Todo lo que dejo detrás de mí
[...] es para ser quemado sin leer.
Franz Kafka,
carta a Max Brod
Publicar o no publicar, esa es la
cuestión. Cuestión que queda zanjada asumiendo que la concesión al acto de
publicar es una debilidad malsana que haríamos bien en resistir con todas
nuestras energías si lo que pretendemos es crecer como escritores y como
personas.
El
único destino noble de un escritor al que se publica es no tener la celebridad
que merece. Pero el verdadero destino noble es el del escritor al que no se
publica. No digo que no escriba, porque quien no escribe no es escritor. Digo
del que por naturaleza escribe, y por condición espiritual no ofrece lo que
escribe (Bernardo Soares, LDD, § 209).
Entre los escritores, los mejor
dotados espiritualmente no querrán que los demás los lean. Escriben para ellos
mismos. Pero si los mejores escritores no son jamás leídos, la que sufre una
dolorosa derrota es la cultura, que debe conformarse con los escritores
mediocres. Por eso es que aquí se presenta un conflicto entre los valores
culturales y los éticos: mis valores culturales me sugieren publicar, mis
valores éticos me lo niegan. ¿Qué hacer? En principio, no tomar el asunto a la
tremenda, porque no va la vida de nadie en ello. Pero si tuviese que adoptar
una postura, y pudiese mantenerla pese a las tentaciones de la notoriedad, no
publicaría nada en vida, pero tampoco daría la orden, como Kafka, de que
quemasen mi obra. Antes al contrario: dispondría la situación lo más
favorablemente posible como para que mis escritos cobrasen difusión una vez
muerto. Para Pessoa, para el Pessoa teórico (encarnado aquí por su heterónimo[1]
Bernardo Soares), este consentimiento sería inapropiado. “Colaborar, vincularse,
actuar con los otros, es un impulso metafísicamente mórbido” (ibíd., § 209). Yo
también soy solipsista, también creo que los demás no existen, mas no por eso
me voy a privar de interactuar con todas esas ensoñaciones y prestarles mi
apoyo en lo que fuera menester. “Escribir —continúa Pessoa en ese mismo
parágrafo— es crear un mundo exterior para recompensa [...] evidente de nuestra
índole de creadores. Publicar es dar ese mundo exterior a los demás; ¿pero para
qué? [...] ¿Qué tienen que ver los demás con el universo que hay en mí?” No sé
qué tienen que ver, solo sé que a los demás les gusta conocer, y sobre todo
conocer lo esencial de las personas, y si yo no doy a conocer mis pensamientos
y mis sentimientos jamás conocerán lo que de mí más interesa. Ni mi familia ni
mis allegados me conocen tan bien como quien me lee, y si yo ansío y me
desespero tanto por encontrar conocimientos, es filantropía pura facilitar
conocimientos a otros que como yo los necesitan. Que los que no me leen
conozcan mi cara, mi voz y mis flatulencias; los que se quedarán siempre con la
mejor parte serán quienes me conozcan interiormente, y esos serán los que me
hayan leído. Si esto es metafísicamente mórbido no lo sé; culturalmente creo
que es lo que corresponde.
[1] El significado del vocablo heterónimo en la literatura de Pessoa lo
explica él mismo en un artículo publicado en diciembre de 1928 en la revista
portuguesa Presencia, nº 17, con el título de “Tabla bibliográfica” (AP 2700): “Lo que Fernando
Pessoa escribe pertenece a dos categorías de obras a las que podemos llamar
ortónimas y heterónimas. No se podría decir que son autónimas y seudónimas,
porque realmente no lo son. La obra seudónima es del autor en su persona salvo
por el nombre que firma; la heterónima es del autor fuera de su persona, es de
una individualidad completa fabricada por él, como lo serían los parlamentos de cualquier personaje de un
drama suyo”.
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