El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que llega a fingir que es dolor
el dolor que realmente siente.
Fernando Pessoa, “Autopsicografía”
“La
sinceridad —dice Pessoa— es el gran obstáculo que el artista debe vencer” (Plural de nadie, § 224[1]).
Es decir que para Pessoa, lo último que debe interesarle al artista es la
verdad o la realidad de la emoción, del juicio o del suceso que utiliza como
fondo de su obra. Y no solo no decir la verdad, sino la
mentira, descarada y obligatoria, como un imperativo categórico de cualquier
obra lírica:
La más vil de todas las necesidades: la de
la confidencia, la de la confesión. Es la necesidad del alma de ser exterior.
Confiesa, sí; pero confiesa lo que no
sientes. Libera tu alma, sí, del peso de tus secretos, publicándolos; pero
siempre que los secretos que publiques no los hayas tenido nunca. Miéntete a ti
mismo antes de decir esa verdad. Expresarse equivale siempre a equivocarse. Sé
consciente de que expresarte sea, para ti, mentir (LDD, § 408)
Yo pienso exactamente lo contrario del
portugués, pero no voy a explicar aquí mi punto de vista en relación a la
verdad en el arte literario porque ya lo hice en otro lugar con cierta
extensión (véase mi Cita a ciegas,
pp. 287 ss.). Lo único que agregaré, por el momento, será
el dato de que Pessoa no ha sido sincero, en su producción artística, con esta
apología de la insinceridad, y por eso, por haber sido en general verídico, su
nombre puede competir mano a mano con cualesquier otro escritor del siglo XX y
superarlo en la mayoría de los casos[2].
[2] “¿Habría alguna
cosa enteramente sincera en este simulador nato?”, Se pregunta João Gaspar Simões (Vida y obra de
Fernando Pessoa,
p. 506). Yo creo que sí, que había muchísimas. Y cuando se ponía en la piel de
Bernardo Soares, casi todas.
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