A
sus veinte años, habiendo regresado hacía tres a Lisboa para nunca más alejarse,
se le despierta a Pessoa un sentimiento nacionalista que en su adolescencia no
había tenido. En octubre de 1908 escribe en su diario:
Mi intenso sufrimiento patriótico, mi
intenso deseo de mejorar la situación de Portugal suscitan en mí —¡cómo
expresar con qué ardor, con qué intensidad, con qué sinceridad!— mil proyectos que,
aun si realizables por un solo hombre, exigirían de él una característica que
en mí es puramente negativa: fuerza de voluntad [...]. Nadie sospecha mi amor
patriótico, más intenso que el de toda la gente que encuentro, de toda la gente
que conozco (EEAA, p. 42).
Su
mayor “proyecto patriótico” era escribir un ensayo titulado "Portuguese
Regicide" (Regicidio portugués), “para provocar aquí una revolución”.
Revolución que, en efecto, ocurrirá dos años después, para su satisfacción en
un principio, y para su decepción después.
Mal podría criticar este amor patriótico
veinteañero, porque a esa edad yo también lo tenía —aunque no tan acentuado como
el de Pessoa—. Lo grave sería, en un pensador filosófico, mantener ese
patriotismo en la edad madura. “No
tengo —dirá luego Pessoa, por boca de Bernardo Soares— ningún sentimiento
político o social. Tengo, sin embargo, en un sentido, un alto sentimiento
patriótico. Mi patria es la lengua portuguesa” (LDD, § 12). Aquí ya avanzamos algo. Por de pronto, ya no quiere
provocar revoluciones políticas, sino de otro tipo, y por cierto que en algunos
de sus lectores las provocó. En lo que a mí respecta, no tengo patria
geográfica. Tampoco diría que mi patria es la lengua española. La lengua
española no es mi patria sino mi hogar, el pequeño refugio en donde me guarezco
de las inclemencias de mi actualidad.
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