Quiero
gozar del reposo del andén del alma que tengo/
antes de ver avanzar hacia mí la llegada de
hierro/
del tren definitivo.
Álvaro de Campos, “LÀ-BAS, JE NE SAIS
OÙ”
Esta actitud de Pessoa de pretender
eludir la gloria en vida era, según Richard Zenith, una impostura. Parece que
hizo todo lo posible desde su juventud para lograr la celebridad y, al no conseguirla,
renegó de ella, como la zorra de la fábula que no puede alcanzar las uvas.
Tal
vez por el temor de llegar a la tumba sin conocer la fama tan largamente
codiciada (aun con la eventual banalización que eso implicaría), Pessoa,
imbatible, convirtió la falta de fama en vida en una condición casi
indispensable para obtener la inmortalidad, la cual, según el razonamiento de Eróstrato,
solo puede ser otorgada póstumamente (Richard Zenith, prefacio al Eróstrato
y la búsqueda de la inmortalidad de Pessoa[1]).
Que esto era así lo demuestra hasta cierto
punto una carta que Pessoa le escribió (y que nunca envió) a João elegir uno Simões, crítico literario que en junio de 1929
publicó el primer estudio sobre su poesía realizado en Portugal. Luego de leer las
veinte páginas del artículo, escribe Pessoa:
Los
acasos de la vida a la que llamo mía, o la fatalidad superior que dirige todas
las apariencias de los acasos, han hecho que, hasta ahora, yo haya sido una
personalidad objetivamente oscura. La clara afección de sus palabras como que
me libera de lo que podría con justicia considerar la madrugada de ninguna
cosa. Por primera vez siento nítidamente el sol de las almas externas a la mía,
y no sé cómo agradecerle el dorado matinal de esta sensación.
No parece estar apesadumbrado por este acicate a su
popularidad en vida, sino más bien contento.
Su
estudio me da, con el augurio de celebridad, un momento, por lo menos soñado,
de liberación. Porque para mí —se lo confieso sin escrúpulo— solo la celebridad
(la amplia celebridad) sería el sinónimo psíquico de libertad. Extraería mi
reposo de aquello que otros conciben como una excitación.
A sus cuarenta años, no ve la hora de
que la fama golpee su puerta, porque sospecha que con ella llegará el esperado
alivio de sus consabidos desasosiegos. Por eso le agradece infinitamente a Simões
esta posibilidad que le otorga de ser tenido en consideración por el ambiente
literario portugués:
Puede
ser que un día yo llegue a ser realmente célebre, en los términos y las
condiciones en que deseo que eso sea tratado [...] con el Destino. Si eso
sucediera, no olvidaré, ni podría olvidar, que su estudio fue el primer aviso,
que me concedió la Suerte, de la vigilancia de los Dioses por aquellos que los
reconocen como la sustancia del alma (carta de Fernando Pessoa a João
Gaspar Simões, citada en Escritos
autobiográficos, automáticos y de reflexión personal[2],
pp. 105 a 107).
En 1915 pensaba que la celebridad era
una debilidad. Catorce años después, cuando esa debilidad se le hace carne, se
alegra por ello, y su vida se hace menos tormentosa: se comienza a hacer
justicia con su talento. Esto habla mal de Pessoa como hombre de principios,
pero no dice nada sobre el principio mismo, a saber, que no es aconsejable, a
efectos literarios, ser famoso en vida. Y es que ser famoso, para un escritor
que vivió toda su vida como un don nadie, es una tentación que difícilmente
pueda resistir. Y tal vez sea cierto que este reconocimiento tardío le mejoró
la vida, lo cual tampoco iría en contra de la idea que defiendo, que no es tanto
la de que la fama en vida te arruina la felicidad, sino que te arruina el
estilo y las ideas, o si no los arruina los abolla.
La esperanza de Pessoa era la de ser
famoso para tranquilizar su espíritu, vapuleado durante años debido a su
endémica soledad. Enhorabuena si esta tranquilidad le llegó con el tibio reconocimiento
que obtuvo en sus últimos años; pero a nosotros sus lectores ¡qué nos importa
su tranquilidad! Nos importa que siga escribiendo como escribía cuando era un
ignoto. Y eso es precisamente lo que peligra, no la sicología del escritor,
sino la forma y el fondo de lo que escribe, desde el momento en que se
transforma en una celebridad[3].
[2] De aquí en
adelante, este texto aparecerá citado como EEAA.
[3] Según su amigo
Casais Monteiro, si Pessoa no llegó a ser todo lo célebre que pudo ser en vida,
esto sucedió por voluntad propia, no porque las circunstancias se lo
impidieran: “Quiso ser pobre, para ser independiente, […] quiso estar
solo, para ser libre, […] quiso vivir y morir oscuro [...]. Implacablemente
fiel, sí, al destino, que quiso para sí, de no vender su libertad a cambio de
nada [...]. Supo abdicar de las pobres satisfacciones de la gloria, vivir
oscuro, sabiendo muy bien quién era y cuánto valía. Y cuando lo evoco así, tan
puro en la suprema grandeza de la atención a la obra y de la indiferencia hacia
esta miseria en que los hombres convirtieron la vida, mejor me siento en lo que
respecta al significado del culto a su memoria, y de aquello que invoca su
ejemplo” (Adolfo Casais Monteiro, Estudios
sobre la Poesía de Fernando Pessoa, citado por Carlos Taibo en Como si no pisase el suelo, p. 81).
Agrega Casais Monteiro que al poeta le hubiera
resultado muy sencillo convertirse en un reconocido escritor en el medio
literario portugués: hubieran bastado unas pocas concesiones que, sin embargo,
Pessoa evitó.
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