Tengo en alto orgullo la timidez.
Fernando Pessoa, Fausto
¿Qué hacen los tímidos con las
mujeres, los que sienten el deseo de acostarse con ellas pero carecen de la
valentía o de la astucia necesarias para llevar ese deseo a la práctica? Pueden
hacer algunas de estas tres cosas: o reprimen el deseo, o se masturban, o
contratan los servicios de una prostituta. Pessoa, si les creemos a los muertos
o a su subconsciente, eligió masturbarse, y algún biógrafo —aunque el resto de
sus biógrafos lo niegue— ha dicho que se lo veía de vez en cuando en los
burdeles[1].
En lo que a mí concierne, que soy el más tímido entre los tímidos con el sexo
femenino, tuve una etapa de represión del deseo que me duró hasta los dieciocho
años, después de la cual me entregué a la masturbación y al sexo homosexual. Lo
de los burdeles nunca me atrajo, y en su momento hice una especie de promesa
para nunca más pagar por sexo a una mujer. ¿Y por qué llegué a pagar por sexo? Por
lo que ya dije, porque soy tímido, porque mi boca se traba y se paraliza cuando
estoy frente a ellas. Tal vez a Pessoa le pasaba lo mismo[2].
“¡Jura que me haces un hijo!”, le
ordenaba, desde el más allá, el profesor Marnoco e Sousa. Si se lo juró, Pessoa no
cumplió con su palabra. O tal vez sí. Los hijos de Pessoa fueron sus libros,
sus poemas, hijos de papel ya que no de carne y hueso. Y todo gracias a la
timidez. Por ella el esperma, resignado, se derrama entre los dedos o en
vaginas onerosas; por ella la cultura se eyacula con mayor presión y baña a
todos aquellos que están fértiles.
[1] “Muchos de los amigos del poeta parecían ser
asiduos de los prostíbulos del Bairro Alto lisboeta, y no hay motivo para
concluir que el escritor no los acompañase en esas aventuras. Francisco Peixoto
Bourbon, quien formaba parte de la tertulia en la que participaban António
Botto, José de Almada Negreiros y el propio Pessoa, aseveró en su momento que
el poeta frecuentaba, según el testimonio de algunas mujeres que trabajaban en
el establecimiento, un burdel de la rua do Ferregial” (CT, p. 121).
[2] Sí, le pasaba lo mismo: “… Y como su timidez
es grande y nula su convivencia con las mujeres, hombre de café, reducto
entonces rigurosamente prohibido al sexo frágil, sin primas o hermanas —la
hermana reside en África desde 1907— y, más aún, sin haber conocido ninguna
intimidad amorosa con el bello sexo en época alguna de su vida, cuando, por
azar, se ve obligado a tratar con señoras, se encierra en su natural mutismo,
respondiendo a lo que le preguntan con frases cortas, entre embarazado y
sonriente” (JGS, p. 429). Bréchon va para el mismo
lado cuando habla del joven Pessoa universitario que tiene “miedo a las chicas”
(RB, p. 95).
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