Fernando Pessoa —y ahí radica el
sentido de lo perenne de su obra— no cultivaba por casualidad una filosofía
religiosa de esencia ocultista; la cultivaba porque había nacido predestinado
para eso: había nacido iniciado.
Era Pessoa un individuo esotérico. Se
definía como “cristiano gnóstico”. En un artículo escrito alrededor de 1917
relató la Tradición en la que se inscribía y la situó en la historia de las
religiones occidentales:
A la par del cristianismo oficial y de sus numerosos misticismos y
ascetismos, notamos una corriente que emerge episódicamente y que data de la
Gnosis (es decir, de la reunión de la Cábala judía con el neoplatonismo),
corriente que tan pronto se manifiesta a través de los caballeros de la Orden
de Malta, y después de los templarios[1],
como desaparece de la vista, reaparece con los rosacruces para acabar
emergiendo plenamente en el seno de la masonería (AP 3932).
Era astrólogo, teósofo, se interesaba por la alquimia y
hasta era capaz, o al menos así lo creía él, de comunicarse con los muertos. Y
no con cualquier muerto, sino con muertos de valía, algunos también, como él, inclinados
al esoterismo. Es el caso de Henry More, metafísico inglés perteneciente a la
escuela de los platónicos de Cambridge y a quien mencioné hace poco cuando
enumeré a los pensadores que simpatizaban con la teoría pampsiquista. Pues
bien, parece que More se le aparecía con bastante frecuencia al Pessoa
espiritista (1916 a 1918), no encarnado, sino como una voz o intelecto que le
dictaba frases y consejos. Pessoa, una vez constatada la presencia del difunto,
tomaba su lápiz y escribía lo que dentro de su cabeza oía, y esto es lo que en
el ambiente mediúmnico se llama escritura automática. El que escribe es un
simple medio, las frases vienen del otro mundo. Hay que creer o reventar.
Pessoa eligió creer; yo estoy un poco entre medio de la creencia y el reviente[2].
Alejandro Dolina dudaba bastante de la
posibilidad de que los muertos pudiesen comunicarse con los vivos y su
argumento era contundente. Habiendo leído o escuchado los mensajes que, según
los médiums, dictaban las personas fallecidas, y teniendo la convicción de que
las conciencias, si sobreviven al deceso del cuerpo, tienen por fuerza que
aumentar su grado de sabiduría o, como mínimo, no disminuirlo respecto de cuando
se paseaban por la tierra, concluía que estas comunicaciones eran falsas,
porque las pavadas, las frivolidades y todo lo que no le interesa escuchar a un hombre ávido de verdades metafísicas
era lo que justamente decían los supuestos espíritus encarnados. El argumento
de Dolina tiene sus fisuras (tal vez los espíritus conozcan verdades
metafísicas que nosotros ignoramos y no desean comunicárnoslas, o nos las
comunican en un lenguaje codificado), pero si lo aplicamos a las revelaciones
que recibía Pessoa de los muertos y particularmente de More, cuadra
perfectamente[3]. Una tal Margaret Mansel,
por ejemplo, en lugar de revelarle la realidad o irrealidad del libre albedrío
humano, o aunque más no sea de la existencia de San Pedro, se empecina en
insultar a Pessoa y se mofa de su falta de hombría y de su supuesta inclinación
hacia el vicio solitario:
¡Masturbador!
¡Masoquista! ¡Hombre sin virilidad! [...] ¡Hombre sin pene de hombre! ¡Hombre
con clítoris en vez de pene! Hombre con moralidad de mujer en relación al
casamiento. Gusano. ¡Cuadrúpedo! Gusano brillante.
Y
como si hiciera falta, viene en ayuda de Margaret José Ferreira Marnoco e
Souza, jurisconsulto, profesor de derecho comercial y alcalde de Coimbra,
fallecido en marzo de 1916, el mismo mes en que Pessoa comienza su escritura
automática:
¡Tú
me enojas! ¡Me enloqueces! En breve verás mi odio. Eres un hombre que se casa
consigo mismo. Hombre que se masturba mucho. ¡Jura que me haces un hijo!
Henry More, notable pensador, uno de
los más grandes de Inglaterra, de quien se podría esperar algo más nutritivo
que los antecitados improperios, va sin embargo por el mismo sendero, aunque su
tono es mucho más amigable:
Un hombre que se masturba no es un
hombre fuerte, y ningún hombre es hombre si no es un amante. Muchos hombres
hacen muchos apareamientos. Es una
criatura moral muchas y muchas veces. Es un hombre que se masturba y que sueña
con las mujeres a la manera de los masturbadores [...] Decídete a cumplir con
tu deber de acuerdo con la Naturaleza, no de una manera tan insana como ahora.
Decídete a ir a la cama con la muchacha que va a entrar en tu vida. Decídete a
hacerla feliz de un modo sexual [...]. Adios, mi muchacho.
Le
profetizaba que conocería en breve a
una muchacha muy sensual, aunque no de
temperamento disoluto. La Señora Medeiros es tu mujer. [...] Olga Maria Tavares de Medeiros. Nacida en Sao Miguel el 10
de octubre de 1898 [...]. Nómada de alma y destinada a ser tu amante. No te
cases con ella. Hazla feliz sensualmente[4].
Su aversión hacia las mujeres,
según More, terminaría por perjudicar su obra artística:
No debes continuar manteniendo la
castidad. Eres tan misógino que te encontrarás moralmente impotente, y de esa
forma no producirás ninguna obra completa en la literatura. Debes abandonar tu
vida monástica y ya. No eres hombre para hacer gran cosa en el mundo si
te mantuvieras casto. Ningún temperamento como el tuyo consigue mantener la
castidad y la sanidad emocional. Mantener la castidad es para hombres más
fuertes y hombres que deben mantenerla debido a defectos físicos. Esto no se
aplica a ti.
More
estaba obsesionado con que Pessoa dejase descendencia. No solo le achaca su
calidad de pajero, sino que intenta alejarlo de la homosexualidad:
Nunca experimentes sexo en hombre. Un
hombre es apenas un hombre.
Lo
consideraba
un hombre ya monádicamente casado.
Casado con Margaret Mansel —no con Margaret Mansel en estado somático, sino con
ella en el super-estado monádico (Fernando Pessoa, EEAA, pp. 127, 139, 142, 160 y
163).
¿Qué
conclusión podemos extraer de tan excéntricos testimonios?[5]
En principio, que Pessoa no era como
Bernardo Soares. Ya he citado a Soares afirmando que no había en él
sensualidad, ni carnal ni mental. Pessoa, en cambio, vivía el sexo de muy
diferente manera, y si no se acostaba con mujeres —o con hombres— no era porque
le faltaran ganas, sino en todo caso confianza. Y finalmente, el dato que a mí
más me interesa: su manía masturbatoria. Nunca lo dijo en su diario, ni tampoco
ninguno de sus heterónimos habló de prácticas de ese tipo[6],
pero su subconsciente, me parece, lo delató a través de estas escrituras
automáticas que seguramente no pensaba publicar. Declarar hoy en día que uno es
un masturbador inveterado no es gran cosa, porque la gente ya se desacartonó y
quedan pocos que puedan escandalizarse con una confesión así; pero a principios
del siglo XX admitir esto era exponerse a la burla o a la indignación
generalizada, si no es que al encierro, y Pessoa no era un santo que, como
Francisco, buscara exprofeso el ridículo para mejor humillarse ante Dios. Le
habría dolido que se corriera la voz. La voz se corrió, pero como se corrió
después de su muerte no se sintió ridículo delante de su familia o de sus
amigos lisboetas. Solo se sintió ridículo ante tres o cuatro muertos, y como
los muertos tienen la virtud de la discreción…[7]
Me
alegró mucho el hecho de saber o sospechar que Pessoa se masturbaba con
bastante frecuencia. Rousseau se masturbaba y fue un escritor genial. Pessoa se
masturbaba y fue un escritor genial. Yo también me masturbo, y creo que me masturbo
el doble de lo que se masturbaban Pessoa y Rousseau juntos. Si hay una relación
de causa-efecto entre la práctica masturbatoria y la belleza o la profundidad
literarias, estoy salvado[8].
[1] Los templarios eran su debilidad, en especial el último Gran Maestre de la Orden del Temple: "El suplicio físico
de Jacques de Molay —escribe— desencadenó sobre la Iglesia fuerzas mágicas
[...]. Toda la civilización moderna, desde la Reforma hasta nuestros días, en
su oposición a la Iglesia y en su empeño por mancillarla, es la venganza de
Jacques de Molay. La hoguera en la que fue quemado el gran maestre de los
templarios fue el fuego que avivó el incendio en el que ardemos
actualmente" (AP 486).
[2] Véase mi libro quinto, ritma 21, "Crookes", en donde fijo
posición en este sentido.
[3] Es
significativo el hecho de que en buena parte de estos textos psicografiados
aparezcan tachaduras. Si el texto lo dicta un muerto y no Pessoa, ¿por qué
tachar? ¿El muerto se arrepiente de lo que dice y le pide a Pessoa que lo
tache? La única explicación verosímil, si continuamos creyendo en los
poderes mediúmnicos de Pessoa, sería la de que este consideró demasiado
escandalosas algunas de las revelaciones y las tachó por temor a la humillación.
[4] El dato curioso es que esta mujer existió
realmente, solo que nació cuatro antes de lo que decía el espíritu de More, el
25 de septiembre de 1894, en esa misma Sao Miguel. Y no se cruzó nunca en el
camino de Pessoa (cf. CF, p. 152, nota 106).
[5] Cavalcanti Filho no puede creer que tales oraciones hayan sido dictadas
por los muertos: "Los textos de los espíritus, que por su mano escribían,
de ningún modo sugieren preocupaciones propias de verdaderos espíritus. Es
irrazonable imaginar que viniesen del asiento etéreo al cual habían subido para
decir frases como esas" (José Paulo
Cavalcanti Filho, “O Perfeito não se
Manifesta”, artículo disponible en internet).
[6] Bernardo Soares se muestra inflexible: “El
onanista es abyecto” (LDD, § 130).
[7] Otro
que sospechaba en Pessoa cierta frecuencia masturbatoria fue su biógrafo
francés: “En toda su obra no se encuentra la menor mención a un deseo
compartido, a una auténtica unión de los cuerpos. El amor físico solo puede ser
vivido como fantasma, y el único camino posible al acto es la masturbación” (RB, p. 128).
[8] Respecto de los poderes mediúmnicos de
Pessoa, después de 1916 comenzaron a declinar rápidamente hasta desaparecer por
completo. Por algún motivo había llegado a la conclusión de que la mediumnidad
disminuye las capacidades intelectuales, idea que lo incitó a olvidar estas
prácticas (cf. CF, p. 568).
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