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jueves, 26 de julio de 2018

Pessoa y la ley seca


No falte trigo para simiente,
remedio para el doliente
¡ni vino para la gente!

No falte caridad a quien debe,
derecho a quien encueve
¡ni vino a quien bebe!

Hay tres cosas que Dios ha prohibido:
el hambre, el frío,
¡y el vaso vacío!
Fernando Pessoa, “Báquica medieval”

En 1926, a seis años de establecida la ley seca en los Estados Unidos, Pessoa levanta su voz de protesta por considerarla benéfica solo para los gánsteres y para los funcionarios estatales corruptos y perjudicial para el comerciante honrado y para el público bebedor, que siempre se las arreglará para seguir bebiendo.

 Hay todavía los casos, trágicamente numerosos, de alcohólicos que, no pudiendo obtener bebidas alcohólicas normales, pasaron a ingerir espantosos sucedáneos —lociones para el cabello, por ejemplo—, con resultados poco moralizadores para la propia salud. También surgieron en el mercado americano varias drogas no alcohólicas, pero aún más perjudiciales que el alcohol; estas se venden libremente, porque si bien arruinan la salud, la arruinan sin embargo adentro de la ley (AP 101).

En 1933 se revoca esta ley. Para ese entonces Pessoa ya era un alcohólico crónico, y poco después comenzó a padecer alucinaciones, temblores y desmayos, síntomas que presagiaban el ingreso de su mente al territorio del delirium tremens. Días antes de su fallecimiento describe sus experiencias en este poema que tituló “D. T.”:

El otro día, en efecto,
golpeando mi zapato en la pared
maté un ciempiés
que no estaba allí en absoluto.
¿Cómo puede ser?
Es muy simple, ya ves…
Es solo el comienzo del D. T.

Cuando el cocodrilo rosa
y el tigre sin cabeza
empiezan a crecer
y a exigir ser alimentados,
como no tengo zapatos
aptos para matarlos,
pienso que debo empezar a pensar:
¿debo dejar de beber?

[...]

Cuando vengan los ciempiés
No habrá problemas.
Los puedo ver bien.
Incluso duplicados.
Los veré en casa
con mi zapato,
y cuando todos se vayan al infierno,
iré también.

Entonces, como un todo,
estaré verdaderamente feliz,
porque con un zapato
real y verdadero,
mataré al verdadero ciempiés:
¡mi alma perdida!…
(AP 1378)

Yo no soy adepto a las prohibiciones, pero si me pongo a pensar en su triste y solitario final, tal vez le habría venido bien a Pessoa que Portugal se hubiese unido a los Estados Unidos en aquel utópico intento por eliminar la trágica y divertida costumbre que muchos tenemos de achisparnos con el alcohol.

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