No
falte trigo para simiente,
remedio
para el doliente
¡ni
vino para la gente!
No
falte caridad a quien debe,
derecho
a quien encueve
¡ni
vino a quien bebe!
Hay
tres cosas que Dios ha prohibido:
el
hambre, el frío,
¡y
el vaso vacío!
Fernando Pessoa, “Báquica
medieval”
En 1926, a seis años de establecida la ley seca en los Estados
Unidos, Pessoa levanta su voz de protesta por considerarla benéfica solo para
los gánsteres y para los
funcionarios estatales corruptos y perjudicial para el comerciante honrado y para el público
bebedor, que siempre se las arreglará para seguir bebiendo.
Hay todavía los casos, trágicamente numerosos,
de alcohólicos que, no pudiendo obtener bebidas alcohólicas normales, pasaron a
ingerir espantosos sucedáneos —lociones para el cabello, por ejemplo—, con
resultados poco moralizadores para la propia salud. También surgieron en
el mercado americano varias drogas no alcohólicas, pero aún más perjudiciales
que el alcohol; estas se venden libremente, porque si bien arruinan la
salud, la arruinan sin embargo adentro de la ley (AP 101).
En 1933 se revoca esta ley. Para ese entonces Pessoa ya era un
alcohólico crónico, y poco después comenzó a padecer alucinaciones, temblores y
desmayos, síntomas que presagiaban el ingreso de su mente al territorio del delirium tremens. Días antes de su
fallecimiento describe sus experiencias en este poema que tituló “D. T.”:
El otro día, en efecto,
golpeando mi zapato en la
pared
maté un ciempiés
que no estaba allí en
absoluto.
¿Cómo puede ser?
Es muy simple, ya ves…
Es solo el comienzo del D.
T.
Cuando el cocodrilo rosa
y el tigre sin cabeza
empiezan a crecer
y a exigir ser
alimentados,
como no tengo zapatos
aptos para matarlos,
pienso que debo empezar a
pensar:
¿debo dejar de beber?
[...]
Cuando vengan los ciempiés
No habrá problemas.
Los puedo ver bien.
Incluso duplicados.
Los veré en casa
con mi zapato,
y cuando todos se vayan al
infierno,
iré también.
Entonces, como un todo,
estaré verdaderamente
feliz,
porque con un zapato
real y verdadero,
mataré al verdadero
ciempiés:
¡mi alma perdida!…
(AP 1378)
Yo no soy adepto a
las prohibiciones, pero si me pongo a pensar en su triste y solitario final, tal
vez le habría venido bien a Pessoa que Portugal se hubiese unido a los Estados
Unidos en aquel utópico intento por eliminar la trágica y divertida costumbre
que muchos tenemos de achisparnos con el alcohol.
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