Encárate al frío y encara el frío que somos…
Si te quieres matar, mátate…
¡No tengas escrúpulos morales, recelos de inteligencia!…
¿Qué escrúpulos o recelos tiene la mecánica de la vida?
Álvaro de Campos, poema sin título, 26/4/1926
Pessoa ingirió durante su vida mucho alcohol, muchísimo, sobre
todo durante sus últimos años. Entre 1934 y 1935
bebe alcohol apenas
despierta y durante todo el día, sin contar con la inevitable botella nocturna.
Con el tiempo, constata la progresiva debilidad del cuerpo y no hace nada para
alterar esa rutina. Una situación nada extraña, si consideramos su neurosis (CF, p. 701).
Dice esto Cavalcanti Filho porque los neuróticos “nunca se
suicidan bruscamente. Son procesos lentos y siempre conscientes. Como el
alcoholismo”.
El alcoholismo es un suicidio lento, lo que busca el alcohólico
es, a la corta o a la larga, terminar con su vida. Pero más allá de su
neurosis, ¿pensó alguna vez Pessoa en un suicidio propiamente dicho? No lo
sabemos; lo que sí sabemos es que jugueteó con esa idea. En una carta fechada
el 9/10/1929 dirigida a Ofelia
Queiroz, escribe: “Necesito cada vez más ir a Cascáis
—Boca del Infierno pero con dientes, cabeza hacia abajo y fin, no hay más Ibis.
Y así ocurriría que esa ave terminaría con su exquisita fisonomía reventada
contra el suelo” (AP 3703)[1].
Años antes un personaje de una de sus obras, Marino, se había arrojado a un
abismo al grito de “¡Ay de mí, me lanzo, apártate, mar terrible!”. Así como
Tolstoi, si hubiera decidido suicidarse, seguramente se habría tirado debajo de
un tren, porque estaba obsesionado con esta forma de quitarse la vida, Pessoa,
de haber tomado la decisión suprema, lo habría hecho como nuestra poetisa Alfonsina Storni, desde un abismo hacia el océano.
Cavalcanti Filho sugiere que tal situación pudo haberse dado en Estoril en 1933:
Es tarde, ya casi
ha oscurecido y Pessoa no vuelve [a la casa de su hermana Teca] para cenar. Lo
encuentran inmóvil junto un peñasco, mirando el mar bajo sus pies. Jamás se
supo lo que pensaba hacer. Quizá estuviese apenas mirando ese mar, claro. Pero
da que pensar (CF, p. 480).
¿No se animó a tirarse? Puede ser, pero yo creo que lo más
probable era que estuviese ensimismado en algún pensamiento y que sin darse
cuenta se le pasó el día. Para tomar la decisión de suicidarse hay que sentir
un gran dolor, físico o espiritual. Es el dolor el que toma la decisión, no
nosotros. Y Pessoa, habiendo sido seguramente bastante infeliz, nunca sintió,
me parece, un dolor de ese jaez[2].
[1] Boca do Inferno es una
gruta marítima situada en el Cabo da Roca, el punto más occidental de Europa, a
dieciocho kilómetros de Lisboa. Tirándose desde ese precipicio se había
suicidado, el 4 de enero de ese año, el poeta Guilherme de Faria. Parece que
era un lugar muy frecuentado por los suicidas. Se le llamó Boca do Inferno porque el mar, desde allí, nunca devuelve el cuerpo
de sus víctimas.
[2] Es curioso lo que
ocurrió en 1916. El 14 de marzo de ese año, Pessoa le escribe a Mário de Sá-Carneiro,
su mejor (y único) amigo: “Estoy en el fondo de una depresión sin fondo. El
absurdo de la frase hablará por mí” (AP
522). El abatido es Pessoa, pero Sá-Carneiro es quien se suicida días después
de haber leído estas palabras.
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