“Dígame” preguntó un hombre brutal y profundo a
un poeta,
“si tuviera que escoger entre ver muerta a la
mujer a quien tanto ama
y la
pérdida completa irreparable de todos sus versos,
¿qué pérdida preferiría sentir?”
[...]
Este no respondió; y el otro sonrió como el
hermano más viejo al más joven.
Alexander Search, “A Question”
“Mi vida —dice Pessoa— gira en torno a
mi obra literaria, buena o mala que sea, o pueda ser. Todo el resto en mi vida
tiene un interés secundario” (Cartas a
Ophélia, carta del 29/9/1929). Lo mismo digo.
12:37 p.m.
Pessoa se
consideraba genial. ¿Tenemos que decir entonces que padecía de un desorden
psicológico, la megalomanía? No. Megalómano es quien se siente importante sin
serlo en la realidad. Pessoa se consideraba un genio y lo era, de modo que no
era un megalómano:
No
nos equivoquemos. La megalomanía, dentro de ciertos límites, se justifica en un
hombre de genio. El considerarse un genio, en un hombre de intelecto ordinario,
puede ser megalomanía; pero la simple acción de pensarse un genio, en un
verdadero hombre de genio, no lo es (EGL,
p. 143).
5:54 p.m.
Para Kant, el
hombre ilustrado es lo contrario del niño:
La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad.
Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de
servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es
culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto
del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con
independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio
entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración (Filosofía de la historia, “¿Qué es la
ilustración?”).
Álvaro de campos,
siguiendo a su maestro Caeiro, opina diferente: “Más vale ser niño que querer
comprender el mundo” (AP 2567), y Pablo Javier Pérez López parece ponerse de su
lado: “Hay una Sabiduría, una filosofía (aún inconsciente y
antimetafísica) en la Infancia. ¿Es el saber, la lucidez, una enfermedad,
un dolor o una salvación? ¿Es el auténtico sabio el Niño, el artista, el poeta?”
(POT, posición 10.459 del libro electrónico). Yo creo que ambas
posiciones son valederas, siempre y cuando se contrapesen con su contraria. Ser
niño, y nada más que niño, teniendo la edad suficiente como para no serlo,
sería una desgracia para la civilización y para el propio grandulón aniñado,
que dependerá de otros para subsistir; pero ser un hombre ilustrado en el
sentido kantiano, sin dejar espacio ninguno a los sueños, a la irracionalidad y
a la vida lúdica de los niños, es una desgracia también, y más peligrosa,
porque estamos más cerca de caer en esta exageración que en la primera.
Pensar como
adultos pero sin dejar de comportarnos, de vez en cuando, como niños; ese sería
el ideal. Ideal que Pessoa y yo tratábamos de cumplimentar, lográndolo muchas
veces gracias a nuestro acercamiento psicológico y nuestra simpatía por los
niños:
Fernando Pessoa
adoraba a los niños. Él mismo lo confesaba. Era frecuente que sus familiares lo
vieran jugar con sus sobrinos, aún pequeños, como si tuviera la misma edad.
Para divertirse, solía improvisar poesías e historietas de ambiente fantástico
y burlesco (POT, pos.
10508).
Le
gusta, especialmente, divertir a los sobrinos y otros niños que frecuentan la
casa. [...] Era extraordinariamente bueno con los niños pequeños. De algún
modo, entraba en su pequeño mundo como si fuese su propio mundo. Como si
tuviese su misma edad (CF, p. 121).
Así me manejaba yo con mis sobrinos cuando me
tocaba cuidarlos algún sábado que se quedaban conmigo y con mi padre en el
departamento de Samperio. Se divertían mucho con mis locuras. Una vez le prendí
fuego a una ventosidad de Marcos (ver anotaciones del 5/1/7). En la terraza, en
verano, nos tirábamos baldazos de agua, y en invierno juntábamos la caca de mi
perra Flopi con una palita y la precipitábamos al vacío. No les recitaba
poesías, pero sí cuentos fantásticos. Recuerdo uno que narraba la historia de
un potrillo que se tiraba pedos de colores. Mis sobrinos adoraban esos cuentos
y me adoraban a mí, porque siendo grande, me comportaba junto a ellos como un
chico.
Hoy
ya no tengo sobrinos a quien cuidar. Ya no tengo excusas para comportarme como
niño, y es este un déficit en mi personalidad. Me imagino a Pessoa, con esa
pinta de hombre serio, jugando con sus sobrinos, haciendo monerías, y sonrío,
porque también a mí me consideran serio y casi nadie me imagina en ese trance. ¿Avergonzarme de
hacer monerías frente a mis sobrinos? De ningún modo. “Sócrates no se avergonzaba de jugar
con los niños” (Séneca, De la
tranquilidad de ánimo, XVII). Tal vez cuando mis sobrinos se casen y tengan hijos
me los traigan un fin de semana para que los cuide, y tal vez mi personalidad
de niño renazca. Espero que así sea, porque “si no os volviereis, y fuereis como niños, no
entraréis en el reino de los cielos”[1].
[1] La explicación de
la buena sintonía de Sócrates, de Pessoa y la mía con los niños puede buscarse,
un poco jactanciosamente, en esta cita de Schopenhauer: "Las
personas de alta mentalidad comunícanse mejor con las de inteligencia
limitadísima que con las de un intelecto ordinario. [...] Los hombres de temple
esforzado y los tiernos párvulos, forman las alianzas más estrechas" (Parerga y Paralipómena, vol. II, § 357).
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